El viejo chamán observaba calmado el camino. Era una mañana
como otras tantas en Nagrand: el sol calentaba su vieja y curtida piel con
fuerza, mientras la brisa suave mecía su larguísima barba. Sin embargo, sus
viejos huesos habían percibido una agitación inusual en los elementos: No iba a
ser una mañana cualquiera.
Esperó durante horas al borde del camino, y cuando la mañana
comenzaba a dar paso al mediodía, se levantó para poner rumbo a su humilde cabaña
y calmar el hambre. No vio venir a los tres extraños al fondo del sendero, sus
ojos ya no eran lo que habían sido, pero sin duda alguna sabía que se
acercaban. Los espíritus elementales que se arremolinaban en torno al Trono de
los Elementos, atraídos por la energía de las furias, bullían con excitación ante
la presencia de los jinetes. El viejo se plantó en mitad del camino y se irguió
todo lo que su maltrecha y achacosa espalda le permitía, lo que, pese al cayado
que necesitaba para mantenerse en pie, conformaba una imagen bastante
intimidante.
–Saludos, viajeros, mi nombre es Zor´Tek y sirvo a las
furias. ¿Quiénes sois? – El viejo examinó con sus ojos casi ciegos a los recién
llegados. Habría jurado que dos de ellos, además de enormes, aunque no tanto
como él, eran verdes. Sus ojos sin duda ya no eran de fiar.
-Mi nombre es Shan´Nah, Hija de Idnaar del Clan
Lightningblade. Ellos son mi hermano Gromil y Pan´Chok de los Riecráneos.
Pan’Chok saludó animado con la mano, a pesar de que era
evidente que el viejo chamán probablemente ni vería el gesto. Al percatarse de
esto, comenzó a hacer formas con sus manos: primero un roc, luego un lobo,
mientras se esforzaba por contener la risa. Gromil, irritado por la falta de
respeto al anciano chamán, propinó un puñetazo en el hombro al Riecráneos, que
cogido con la guardia baja se cayó de su montura.
-Estoy viejo y mis ojos ya no son lo que eran. - El anciano
sonrió. – Pero veo suficiente como para percatarme de tus tonterías, Riecráneos.
-Discúlpale, a veces hace estas cosas. – Gromil trató de
congraciarse con el anciano.
-No importa. – El chamán hizo un gesto con la mano, restando
importancia al suceso.- Así que hijos de Id´Naar del Clan Lightningblade. Es un
nombre que siempre le gustó a mi difunta compañera para sus nietos. Por
desgracia, nuestro Graz’kar ya no vivirá para darnos nietos, ni ella estará
aquí para verlo.- El rostro del anciano se ensombreció.
-Es Idnaar, todo junto. – Corrigió Gromil, a pesar de que
había atado cabos rápidamente y sabía lo que las palabras del anciano
significaban para ellos. Estaban en presencia de su ancestro. – Hemos venido a
ver a las Furias.
- Lo sé, joven, los elementos están inquietos. – El viejo echó
a andar por el camino. – Seguidme, sólo tú y tu hermana.
Pan´Chok iba a protestar pero se lo pensó mejor. Las Furias
eran entes muy poderosos, y nunca salía nada bueno de tratar con ese tipo de
poderes. Sin duda, la siesta a la sombra sería mucho más productiva.
Gromil tenía un nudo en el estómago: conocer a su antepasado
era ya de por sí toda una ocasión, pero las Furias eran palabras mayores.
Incluso su hermana, mucho más tensa de lo normal, estaba evidentemente nerviosa.
Sin embargo, el viejo caminaba calmado y sereno, sin miedo.
Fueron conducidos hasta el centro del círculo de piedras,
donde tres de las Furias se alzaban imponentes, enormes y aterradoras, mientras
que un joven elemental de tierra ocupaba el lugar de la Furia de Tierra. El
daño hecho por la Horda de Hierro comenzaba a sanar.
Shan´Nah no sabía qué hacer. Ella era una simple guerrera.
Nunca había pensado que estaría ante aquellos seres y no sabía cómo
comportarse; la grandeza de los elementales le hacía sentirse insignificante. Aquellos
seres eran Draenor, y ella una simple orco. No se atrevió a mirarles
directamente, y clavando sus armas en el suelo se arrodilló ante los
majestuosos entes. Gromil, sin embargo, reunió el valor para quedarse de pie
frente a las Furias, pues él era el chamán de su Clan, había sentido la llamada
de las Furias desde que había puesto el pie en Draenor por primera vez, y
pensaba averiguar el porqué.
-¿No te arrodillas, Gromil? – Kalandrios, la Furia de la
tormenta preguntó, con su voz formada por el crepitante chisporroteo de la
electricidad.
-No, vosotros me habéis llamado. – Tragó saliva, tratando de
aparentar estar más convencido de lo que realmente estaba. – Tengo una teoría:
vosotros me habéis traído hasta aquí, habéis obrado a través de mí. Mis poderes
no son tan grandes como todo lo que he hecho últimamente. Queréis algo de mí,
de nosotros. – Miró directamente a Aborius, la Furia del agua y responsable de
la restauración, y con casi total seguridad de que su hermana no estuviese
muerta.
Incineratus rió con un crepitante sonido como el de las
ascuas al saltar. – Tenías razón, el muchacho es inteligente y el fuego arde en
el espíritu de su hermana. Nos servirán bien. Levántate, chiquilla.- Shan´Nah
obedeció.
-Os hemos ayudado porque tenemos una misión para vosotros.-
La voz de Aborius era suave y calmada, como la corriente de un arroyo.
-Se avecina tormenta. – La atronadora voz de Kalandrios
interrumpió la explicación de Aborius. – El destino os hizo aparecer en nuestro
mundo justo en el momento adecuado, pues Zor´Tek es todo lo que queda de los
Lightningblade, y aunque nos sirve bien, no está en condiciones de enfrentarse
a lo que viene
-Gordawg, mi anterior encarnación, se corrompió por la obra
de Cho´Gall. – El pequeño elemental de tierra hizo una pausa, admitir aquello
no era agradable. – Fue destruida por héroes de vuestro mundo para sanar el
nuestro y permitirme renacer en esta nueva forma. Sin embargo, las enseñanzas
de Cho´Gall no se han perdido: su impía magia aún permanece, y hay quienes
pretenden utilizarla contra nosotros de nuevo.
- ¡No podemos permitirlo! ¡Todos los restos de esa Horda de
Hierro deben arder, volver a la tierra en cenizas! – La Furia de Fuego estalló,
iracunda.
-Lo que Incineratus trata de decir es que la Horda de
Hierro, o más bien la Horda Vil, ahora está fragmentada y desesperada. Sabemos
que traman usar ese poder de nuevo contra nosotros sin importar el precio que
el mundo deba pagar. Sin embargo, no podemos hacer nada. Necesitamos que seáis
nuestros agentes en esta misión, pues tienen magia poderosa que nos impide
actuar directamente.
-Existe una barrera de magia impía en el mundo espiritual
que les protege de nuestro poder. – La Tormenta habló. – Necesitamos que paséis
la barrera en el mundo físico, y una vez allí la derribéis desde dentro en el
mundo espiritual.
-Lo haremos. – Se apresuró a decir Shan´Nah. – Aunque no
entiendo bien cómo puedo ayudar yo en toda esta cosa mística.
-Tú deberás proteger a tu hermano mientras está en forma
astral derribando la muralla en el reino del espíritu. – La pequeña Furia de
tierra explicó.
-Pero yo allí dentro no tendré poder, habéis dicho que
vosotros no tenéis poder una vez pasada la barrera. – Gromil trataba de
procesar toda la información.
-Sólo aquellos con el Rayo en sus corazones… podrán
enfrentar a la tormenta. – Dijo Zor’Tek, sin dirigirse a nadie en particular. -
¡Eso es! El viejo dicho de nuestro Clan es más literal de lo que parece. –Dos
rayos descendieron sobre las espadas de la joven guerrera, que adquirieron un
brillo azulado en el nervio central como única respuesta.
Shan´Nah recogió sus armas y sintió una conexión instantánea
con ellas, como si de algún modo las armas estuviesen ahora vinculadas a su
misma esencia y fuesen una prolongación natural de su brazo. Miró a su hermano
y asintió.
-Haremos lo que nos pedís. – Gromil hacía gala de una
resolución como nunca antes se había visto en él, que hacía a su hermana
sentirse orgullosa. – Derribaremos la barrera.
-Id pues, Hijos del Rayo, Draenor cuenta con vosotros. – La Furia
de agua los despidió.
Caminaron por el sendero, alejándose del círculo de piedra
junto al anciano, en silencio, hasta que éste decidió hablar.
-Sois forasteros de otro mundo, un mundo diferente.– Hizo
una pausa.- El Clan allí nunca fue destruido, ¿verdad?
-En realidad sí, la Legión lo hizo. – Respondió Shan´Nah,
con escasez de tacto.
- Y vuestro padre Id´Naar…
-Idnaar. – Se apresuró a corregir Gromil. – Es hijo de
Grazkar. Él y nuestra madre fueron los últimos de los nuestros. Han hecho un
gran esfuerzo por reformar el Clan.
El anciano, con lágrimas en los ojos, abrazó a los dos
jóvenes orcos.
-Si se parece en algo a vosotros, debe ser un orco
formidable. Graz´Kar se habría sentido orgulloso.
Shan´Nah y Gromil devolvieron el abrazo al enorme chamán. Al
fin tenían lo que tanto ellos como sus padres habían buscado durante toda su
vida: respuestas sobre su Clan, y una familia.