jueves, 24 de marzo de 2016

El descubrimiento de Pandaria: Olor a pólvora y manada de cabras. (Parte 3)

Tras la tormenta que la señora de la casa desató en esa humilde granja, la calma llegó. Musi bajó a la planta de abajo, intentando relajarse lo más que pudiese, mientras, los otros dos no se podían creer que habían sobrevivido a tal fiera. Exhalaron un suspiro al unísono y luego se miraron mutuamente.

- Ufff, bueno...- Se relajaba Xingani.

- Cómo que "bueno". La próxima vez te las apañas. ¡Mi comida, mi tesoro! - Le regañaba Lliffy al joven pandaren.

- ¡Pero si hace un momento me pedías a mí! -

- ¡Niño, que comes de mi sueldo! -

En mitad de la discusión doméstica, la parienta irrumpió con un mandato escandaloso.- ¡BAJAD LOS DOS! ¡YA! -

Un nuevo escalofrío recorrieron por los cuerpos de Xin y Lliffy y obedecieron velozmente al reclamo de Musi. Ella les estaba esperando en las puertas y, al llegar estos, se mantuvieron en una posición militar a la espera de la orden de la sargento. Sin embargo, la cara de Musi no era como se la esperaban: una sonrisa de convenida aparecía en su rostro.

- Vamos a El Alcor de inmediato. ¡Quiero noticias, NO-TI-CIAS FRES-CAS! - La sangre de maruja empezaba a bullir por sus vasos sanguíneos.

- ¿Tan pronto? ¿Por qué? - Reprochaban los dos.

De nuevo, se le marcaron las venas de la frente de la mujer y patadea el suelo impacientemente. - ¿Es necesario dar explicaciones? -

Los dos hombres tragaron saliva y asintieron la cabeza como buen calzonazos que eran.

- Iré a por Mogueh...- Lliffy tiró al recinto donde tienen las cabras durante los momentos de no pastoreo y saca una con un cencerro destacado. Era la única de las cabras que se dejaban montar.

Babas, al que su dueña se preparaba para irse de casa, empezó a seguirla. Sin embargo, ésta le ordenó aguardar en casa.



Mientras, Xin se encontraba con ella. Cuando Lliffy estuvo lo suficiente cerca, Musi empezó a... Interrogar al joven pandaren.

- Y ahora tú...- Le miraba de forma fría.

Al escucharla, Xin se giraba lentamente hasta estar en frente de ésta.- ¿S-sí?

- Dime dónde guarda sus provisiones el inútil de mi marido.- Le presionaba en una postura de brazos cruzados.

- C-creo que de-detrás de la cama...- Le decía mirando al cielo por falta de valentía, aunque desvía sus ojos a ellas por temor a su reacción.

Y era de esperar, Musi le empezaba a mirar con una mirada entrecerrada con un significado de escepticismo que inquietaba incluso a cualquier rey o jefe de guerra.

Acorbadado, le respondía.- ¡Y-ya le vi comiendo cuando llegué allí, lo ju-juro! -

Musi le seguía presionando con aquella mirada, pero se percató de que Lliffy llegaba con Mogueh desde el corral, por lo que se relajó e hizo un voto de confianza a su sobrino.- De acuerdo...-

Cuando llegó, Lliffy se desmontó de Mogueh y, tras él, Musi se puso su gorro de paja y se subió a Mogueh. El animal no le parecía molestar el peso de cada uno de ellos, por lo que siguió con sus cosas.

Tras preparar la casa para la salida y dejar a Babas en la puerta de ésta, los tres pandarens se dirigieron a la capital del valle como una imagen de la Natividad, solo que en vez de José tirando de la mula y María apunto de parir, era Musi con impaciencia por llegar, su marido tirando de la cabra y preguntándose al mismo tiempo si esto era vida, y Xin detrás de su tía relajado y sin parar de observar aquel mundo que le rodeaba.

- CORTINILLA DE ESTRELLAS -

Un poco antes de entrar en El Alcor, Lliffy pudo observar más revuelo que en el día anterior. El bullicio de la vida local se escuchaba bastante desde aquella distancia, por lo que por momentos Musi irradiaba mayor interés. En cambio, Xin seguía con su rollo de inocente, aunque le empezó a rugir el estómago de repente.

- ¡A la aventura! - Decía Musi con una pose de descubridor mientras su marido se avergonzaba cada vez más.

A cada paso que daban, el gentío era cada vez más apreciable. El olor de los manjares que se cocinaban allí les entraban en las fosas de los hombres como agua bendita, haciendo más decadente el desayuno que tomaron.

Una vez que llegaron, Musi bajó de Mogueh y, remangándose, cogió carrerilla y entró de lleno en el gentío, dispuesta a arrasar con todos. Por otro lado, Lliffy y Xin se propusieron tomar el brunch en la taberna de la ciudad.

El panorama era el siguiente: los transportistas, una vez asumidos el tema de quedarse estancados en El Alcor durante un tiempo, empezaron desde muy temprano a vender sus mercancías a precios que provocaban una gran competitividad con los mercaderes del pueblo, los peregrinos no les quedaron otra que asentarse hasta próximo aviso hasta el punto de pedir alojamiento a los vecinos, etc.

Tras un par de horas cosechando información, la señora pandaren entró en la taberna, donde se encontraban los dos hombres teniendo un percance con el propietario hozen. La conversación era la siguiente:

- Unos menudillos de mushan y dos cervezas de Trueno, por favor. - Pedía amablemente Lliffy a Den Den, el camarero-propietario.

- Sí, por favor.- Reafirmaba Xingani.

- ¡Uh, uh, Dingue dar a panda carne mustia! -

- [...] - Ambos pandas se quedaron en blanco y el hozen sirve el plato.



- Mejor que la comida de la tía es. - Bromeaba Xingani con su tío. Ambos se dispusieron a probar los platos que el tabernero les sirvió.

- Diós, cómo echo de menos la sopa de esta mañana. - Al parecer, no era de su agrado ese plato de carne al mayor de los dos. - Menos mal que los Cerveza de Trueno no defraudan. - Empezó a beber seguidamente.

- ¡Nunca! - Alzó la voz Xingani.

- Aunque... Parece un poco aguado... - Lliffy se paró un momento para estudiar esa cerveza...

- ¡Ahora pandas pagar a Dingue! - Se impacientaba el hozen.

- ¿Pagar? ¿Crees que esto es calidad? - Se indignaba el viejo pandaren con el propietario.

Ese comentario no le sentó muy bien al tabernero. Es más, su instinto salvaje cada vez se hacía más presentable en establecimiento. Para no buscarse ninguna bronca en el lugar, tanto con el propietario como con la parienta, los dos pandarens tuvieron que ceder:

- ¡Esos modales, macaco! - Decía Lliffy mientras buscaba en sus bolsillos y, seguidamente, aflojaba la pasta. - Dios, mucha geta tiene algunos.

Tras la regañina, los gritos de Musi eran cada vez más nítidos, más fuertes. Cada vez estaba más cerca de la taberna.

- ¿Dónde estáis? - Gritaba la mujer de Lliffy a los cuatro vientos.

Al escuchar los gritos, Lliffy cerró la boca de Xin de inmediato, el cuál estaba algo acobardado. - No-di-gas-na-da.-

Entonces, esta se presenta en el local algo cansada y resoplando. Cuando los dos hombres escucharon aquellos pasos notorios que Musi hizo al entrar, se dispusieron firmes instantáneamente y se dieron la vuelta para saludarla de una forma antinatural.

- ¡Ho-hola! - Saludaba Xingani.

- ¡Por fin que os encuentro! -

- ¿Qué tal te fue? - Preguntaba Lliffy a su esposa.

- Finiquitao'.-

- Me alegro.-

- ¿Y por qué hay tanta gente? ¿Y los agentes del Shado-Pan? - Preguntaba Xingani.

- ¡Es verdad, no lo vais a creer! ¡Extranjeros en el bosque! - Emocionada respondía Musi.

- ¿Extranjeros? ¿En el bosque? - Preguntaban los dos impactados.

- ¡Y UNA BATALLA CERCA DEL TEMPLO! ¡LA ESTÁN ARMANDO PERO BIEN! - Respondía Musi.

- ¡¿BATALLA?! -




miércoles, 23 de marzo de 2016

El Heredero Cap. 7

Capitulo 7- Llamamiento

Imperialdra se dirigió hacia la calle donde se hallaban las grandes casas sobrevivientes a la destrucción de Lunargenta. Nunca le habían llamado la atención aquellas casas. Siempre había pensado que los ricos y nobles eran una panda de arrogantes egocéntricos y de hecho; todos los que había conocido, en su mayoría protectores, miraban por encima del hombro a sus compañeros como perdonándoles la vida por tener que molestarse en protegerlos.

Pero Yuhe era muy diferente. Siempre dispuesto a servir y proteger a cualquiera que lo necesitase sin pedir nada a cambio. Nunca se habría imaginado que había crecido en una mansión con sirvientes si él no se lo hubiera dicho.

Sonrió como una niña pequeña al sentir el hormigueo que le recorría el estomago cada vez que pensaba en él. Estaba deseando verle de nuevo. Aflojó el paso y empezó a dudar, quizás era demasiado descarado presentarse en su casa, al fin y al cabo hacía poco que pertenecía a su escuadrón. “pero soy la sanadora, es normal que me interese por su recuperación” se convenció a sí misma y retomó el paso, dobló la esquina. Allí estaba la vieja mansión con el escudo de los Runaplata labrado en piedra sobre el dintel.
Reconoció al mensajero oficial que estaba entregando correo en la puerta. Conocía a la mujer personalmente, era una vieja amiga de su tía.

-¿¡Cómo estás ni niña?!- la mujer le dio un cariñoso abrazo.- Perdona que no haya ido a verte pero he estado de lo más atareada con tanto comunicado oficial. La cosa anda muy revuelta y las noticias de Tierras Devastadas no son buenas. Lord Theron ha llamado a todos sus consejeros. Ves esa casa de ahí-señaló la mansión Runaplata sin parar de hablar- ahí vive un pez gordo del consejo arcano. Dicen que es el mayor experto en cosas de demonios. Yo digo que es un viejo brujo de lo más estirado y desagradable. ¡Nada que ver con su hermano Koga! Yo le conocí ¿Sabes? Su hermano sí que era un encanto ¡Y muy guapo! ¡Guapísimo! - la mensajera dio un profundo suspiro. Imperialdra no tuvo muy claro si era por recordar un amor de juventud o porque necesitaba aire para seguir hablando. -Tu madre sirvió en su batallón ¿lo sabías? Seguro conoces a su hijo. ¿No le conoces? Tiene tu edad. Un muchacho moreno, muy atractivo. Seguro que le conoces. ..

Mientras la cartera seguía con su retahíla algo llamó la atención de la paladina. Un cuervo negro se posó sobre el escudo de piedra de la mansión. El pájaro no era de la fauna autóctona, tenía que ser compañero de algún cazador. Una figura cubierta de pies a cabeza con una raída capa de cuero se detuvo al pié de la escalera seguido de un enorme lobo gris.

-Botas gruesas, gastadas y polvorientas, paso firme. Un explorador – Pensó Impe. Si por algo era una excelente sanadora era por su gran capacidad de observación.

La puerta se abrió lentamente y de ella salió un hombre pelirrojo, que por su vestimenta tenía más pinta de truhan que de noble. Entregó al hombre de la capa lo que parecían unas páginas enrolladas, murmuró algo y el otro asintió. Ambos se marcharon cada uno por donde había venido.

……a tu orden. Y hablando de orden, ahora que lo mencionas-La señora cartera que no había dejado de hablar rebuscó en su zurrón.- También hay un llamamiento para los caballeros de sangre.
 Impe cogió la carta sin prestar atención. La escena de la escalera le había resultado tan extraña que se sentía desconcertada. No era porque los dos hombres la habían mirado directamente a ella por un instante. Si no por el color de ojos del encapuchado.

-o-

“…y a pesar de estar sellado en mi interior siento como lucha por abrirse camino hacia mi conciencia. Mi voluntad es fuerte, cada vez estoy más cerca de hallar el modo de deshacer esta maldición.
Mi investigación me ha traído hasta Rasganorte. Aquí es muy probable que… “

Era la última anotación del diario, las siguientes páginas estaban arrancadas y el resto en blanco. Eray las pasó frenética, no había nada más escrito. Lo cerró de golpe. Nunca se había sentido tan impotente y frustrada. Se inclinó hacia delante y se cubrió el rostro con las manos.

-¿Que se me escapa?- Se repetía una y otra vez- ¿Qué salió mal?

Pensar que la muerte de Koga había sido en vano dolía demasiado, sin embargo era evidente que el demonio dominaba a voluntad la conciencia de su padre. ¿Les había estado engañando y riéndose de ellos todos estos años? ¿Por qué ahora? ¿Por qué Yuhe? ¿Había dejado Koga algo en herencia a su hijo? ¿Algo que Razíd ansiaba y no podía tocar? Entonces tendría algo de sentido haberle nombrado heredero pero...no, era absurdo. Koga murió sin saber de la existencia de su hijo. No lo sabía.

Eray quedó pensativa unos minutos y de repente la luz se hizo en su cabeza. Se puso en pié impulsada como por un resorte. - ¡Eso es! ¡No lo sabía!-Tenía que hablar con Yuhe y contarle toda la verdad sobre su padre.- Koga nunca supo que su mujer dio a luz. La maldición...

La puerta se cerró de golpe. Una figura voluptuosa empezó a tomar forma delante de la puerta.

-¿¿La súcubo de mi padre??- Zerth jamás invocaba demonios dentro de la casa excepto en su laboratorio. Algo iba condenadamente mal.- ¡Déjame pasar demonio!

La súcubo se recostó contra la puerta y se estrujó los pechos de forma lasciva – solo obedezco al maestro.

-No puedes impedirme salir.

- Claro que no querida pero tú no quieres salir, tú lo que quieres es dormir.- La súcubo hizo un gesto con su mano y un enorme sopor invadió a la sacerdotisa. Solo le dio tiempo de agarrarse al brazo del sillón antes de caer en él profundamente dormida.

Yuhe se dirigía al pequeño despacho donde el ama le había dicho que encontraría a su tata para despedirse de ella. La puerta cerrada le frenó en seco. Era extraño. Si mal no recordaba, aquella puerta no tenía cerrojo. Volvió a forcejear con la puerta y finalmente consiguió abrirla. Tendría que pedir que la revisaran.

Eray estaba dormida en un sillón con un libro en su regazo. Yuhe se agachó para ponerse a su altura, le cogió la mano y observó su dulce rostro en el que empezaban a marcarse las arrugas. El paladín la beso en la frente y se despidió con tristeza. Era la peor parte de la vida que había elegido: estar lejos de la familia.


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