Darnai se asomó a la ventana de su lujoso despacho y observó
cómo su hijo jugaba en el jardín. El niño trataba de realizar una carga, armado
con un escudo y una espada de madera exquisitamente tallada, cortesía de
Nadari, su niñera y uno de los soldados más fiables de su padre.
Nadari era un ser profundamente inquietante. El trauma de
recuperar su consciencia y deber reconciliar las atrocidades cometidas como
siervo de la plaga, había sido demasiado para su pobre mente, que se había
sumido en un estado cercano a la catatonía, desprovisto de cualquier atisbo de
moral o sentimentalismo. Únicamente la sacaban de ese estado lamentable tres
cosas: la batalla, que tan presente había estado en su vida como forestal, los
animales, especialmente la crueldad con ellos, y los niños.
La pobre Gurth´dorei era en el fondo un alma realmente digna
de lástima. Durante la batalla experimentaba una lucidez que rozaba la
brillantez y demostraba un conocimiento táctico asombroso; ante la crueldad con
los animales experimentaba rabia y odio, pero únicamente cuando estaba con
niños parecía experimentar algo de felicidad. Era por eso que Darnai y Kyrie la
habían acogido en su hogar.
Entrañas no era un lugar en el que los niños abundasen. La
mayoría de razas de la Horda la evitaban si podían, y rara vez traían a sus
cachorros. Kinay era la excepción: una pequeña excentricidad concedida a uno de
sus más eminentes Generales por años de leal servicio. Muchos lo veían como una
especie de mascota exótica; el niño elfo de Darnai, un objeto de lujo, como sus
muchas armaduras, que simplemente remarcaba su estatus. Para él no era nada de
eso.
Darnai soltó una leve carcajada cuando reflexionó sobre eso.
En los viejos tiempos nunca se habría considerado un padre. Kinay simplemente
había sido el resultado de actos abominables cometidos únicamente por amor a su
esposa, y sin embargo, con los años había llegado a querer a aquel niño hasta
hacer de su bienestar y protección su máxima prioridad.
Lejos quedaban los años de aventurero descarado que renegaba
de servir a nada mayor que a sí mismo. Lejos quedaba la estupidez de la
juventud, forjada en cientos de batallas en templanza, sabiduría, y lealtad a
una nación que, a pesar de comenzar siendo poco más que un medio para escapar
de su pasado como criminal, se había ganado su lealtad, y en pago le había dado
todo.
Era por ello que luchaba a día de hoy, por conseguir
mantener ese pequeño pedazo de felicidad que otros se empeñaban en negar a los
de su raza: La Alianza, despreciables bastardos de doble moral, que habían
aceptado a los Caballeros de la Muerte entre sus filas, pero tan sólo unos años
antes habían rechazado a los renegados, y decretado que puesto que eran iguales
a la Plaga, debían ser destruidos; Los idiotas de Kalimdor, incapaces de ver más
allá de sus prejuicios y desconfianza, o los arrogantes elfos, que
frecuentemente olvidaban que sin Su Majestad estarían muertos a manos de la Plaga.
Razas inferiores, envidiosas de su inmortalidad y empeñadas en convertirles en
desgraciados, únicamente para no darse cuenta de su patetismo.
Se dispuso a escupir y maldecir a todos aquellos bastardos,
pero se contuvo. No tenía ganas de discutir con Ky si llegara a enterarse. A
pesar de que los sirvientes lo limpiasen, diría que aquel comportamiento
tabernario era incorrecto en una casa y un mal ejemplo para el niño. En lugar
de eso, Darnai pensó en algo más alegre: la caída del Rey Exánime. Uno de sus
enemigos, el mayor de su raza, que ya había caído, aunque no sin el valiente
sacrificio de todos los que en aquel entonces habían sido sus amigos: Mïna,
Valandil, Necro y cientos de leales renegados más habían dado sus vidas por el
futuro que hoy él protegía con celo.
Tanto pensar en enemigos y caídos llevó su mente al
inevitable recuerdo de Drakaren, el que había sido su mejor amigo y compañero
de fatigas desde siempre, hasta que pocos meses atrás fuese despedazado en una
emboscada huargen.
Había hurgado en una herida reciente que aún escocía. Echaba
de menos a su amigo y le odiaba, a la vez que se sentía culpable por su
sacrificio: décadas de amistad terminadas por una carga suicida, que si bien le
habían garantizado una retirada segura, él hubiera preferido tener que abrirse
paso con sangre y acero al lado de su amigo; estaba seguro de que lo habrían
conseguido. Pero no fue sólo su lealtad lo que llevó a Drak a la muerte: fueron
también el amor y la decepción de ver
que su amada había seguido con su vida cuando por fin logró encontrarla en Villadorada,
y que había muerto ya en la época en la que Drakaren se hallaba luchando en
Rasganorte.
Darnai sacudió la cabeza y murmuró: “Ah, viejo idiota.
Siempre fuiste un romántico estúpido. Ojalá ahora la hayas encontrado por fin”.
El General se acercó a un elaborado armario, sacó una
botella de bourbon de Costasur y se sirvió un vaso mientras repasaba mentalmente
todo lo que podía haber llevado al pobre Drak a ese arrebato de locura. Si de
él dependía, procuraría que ninguno de sus hombres pasase por lo mismo. Era su
deber cuidar de ellos; la mayoría de los nuevos aún le veían como una figura
distante y en cierto modo aterradora, pero con los otros era diferente.
Volvió a echar un vistazo a Nadari, que arremetía con una de
sus letales espadas contra el niño, que por acto reflejo, además de bloquear
con el escudo, se envolvió en una burbuja protectora. Definitivamente lo estaba
haciendo bien. Nadari había mejorado mucho desde que la habían acogido, incluso
ocasionalmente hablaba. Y el cabo Joss, la cabo, se corrigió, iba mejorando
desde que la reclutase forzosamente. Aún no tenía claro el empeño en hacerse
pasar por un chico, pero podía dejarlo correr; había muerto en plena
adolescencia, eso debía de ser confuso para ella. Ya maduraría, aunque sabía
que, de algún modo, mientras la amiga esa suya siguiera rondando por ahí, eso
iba a ser algo más difícil.
A pesar de todo, Joss era una buena muchacha y de fiar.
Estaba seguro de podría hacer una buena oficial de ella; tal vez algún día
llegase a capitana, aunque lograrlo requeriría tiempo, esfuerzo, y entender
algunas de las cosas raras que hacía a veces.
-¿En qué piensas, querido? - La voz dulce de su esposa llegó
desde la puerta del despacho.
-Nada, recordaba viejos tiempos y a algunos de los muchachos.-
Darnai sonrió con tristeza y se acercó a su mujer, a la que besó con ternura.
-Yo también los echo de menos a veces. Pero debemos seguir
adelante y hacer que sus vidas hayan servido para algo.
-Lo sé. Ven, vamos abajo, acabo de ver a Kinay invocar una
burbuja protectora. A ver si puede repetirlo.
-¡Qué bien! Será sacerdote como mamá. – La guapa muerta
pelirroja sonrió, orgullosa de su hijo.
- No si yo puedo evitarlo. Ese niño aprenderá a blandir
espadas y usar escudos como que me llamo Darnai. A fin de cuentas, él es el
futuro.