jueves, 19 de febrero de 2015

Darnai



Darnai se asomó a la ventana de su lujoso despacho y observó cómo su hijo jugaba en el jardín. El niño trataba de realizar una carga, armado con un escudo y una espada de madera exquisitamente tallada, cortesía de Nadari, su niñera y uno de los soldados más fiables de su padre.

Nadari era un ser profundamente inquietante. El trauma de recuperar su consciencia y deber reconciliar las atrocidades cometidas como siervo de la plaga, había sido demasiado para su pobre mente, que se había sumido en un estado cercano a la catatonía, desprovisto de cualquier atisbo de moral o sentimentalismo. Únicamente la sacaban de ese estado lamentable tres cosas: la batalla, que tan presente había estado en su vida como forestal, los animales, especialmente la crueldad con ellos, y los niños.

La pobre Gurth´dorei era en el fondo un alma realmente digna de lástima. Durante la batalla experimentaba una lucidez que rozaba la brillantez y demostraba un conocimiento táctico asombroso; ante la crueldad con los animales experimentaba rabia y odio, pero únicamente cuando estaba con niños parecía experimentar algo de felicidad. Era por eso que Darnai y Kyrie la habían acogido en su hogar.

Entrañas no era un lugar en el que los niños abundasen. La mayoría de razas de la Horda la evitaban si podían, y rara vez traían a sus cachorros. Kinay era la excepción: una pequeña excentricidad concedida a uno de sus más eminentes Generales por años de leal servicio. Muchos lo veían como una especie de mascota exótica; el niño elfo de Darnai, un objeto de lujo, como sus muchas armaduras, que simplemente remarcaba su estatus. Para él no era nada de eso.

Darnai soltó una leve carcajada cuando reflexionó sobre eso. En los viejos tiempos nunca se habría considerado un padre. Kinay simplemente había sido el resultado de actos abominables cometidos únicamente por amor a su esposa, y sin embargo, con los años había llegado a querer a aquel niño hasta hacer de su bienestar y protección su máxima prioridad.

Lejos quedaban los años de aventurero descarado que renegaba de servir a nada mayor que a sí mismo. Lejos quedaba la estupidez de la juventud, forjada en cientos de batallas en templanza, sabiduría, y lealtad a una nación que, a pesar de comenzar siendo poco más que un medio para escapar de su pasado como criminal, se había ganado su lealtad, y en pago le había dado todo.

Era por ello que luchaba a día de hoy, por conseguir mantener ese pequeño pedazo de felicidad que otros se empeñaban en negar a los de su raza: La Alianza, despreciables bastardos de doble moral, que habían aceptado a los Caballeros de la Muerte entre sus filas, pero tan sólo unos años antes habían rechazado a los renegados, y decretado que puesto que eran iguales a la Plaga, debían ser destruidos; Los idiotas de Kalimdor, incapaces de ver más allá de sus prejuicios y desconfianza, o los arrogantes elfos, que frecuentemente olvidaban que sin Su Majestad estarían muertos a manos de la Plaga. Razas inferiores, envidiosas de su inmortalidad y empeñadas en convertirles en desgraciados, únicamente para no darse cuenta de su patetismo.

Se dispuso a escupir y maldecir a todos aquellos bastardos, pero se contuvo. No tenía ganas de discutir con Ky si llegara a enterarse. A pesar de que los sirvientes lo limpiasen, diría que aquel comportamiento tabernario era incorrecto en una casa y un mal ejemplo para el niño. En lugar de eso, Darnai pensó en algo más alegre: la caída del Rey Exánime. Uno de sus enemigos, el mayor de su raza, que ya había caído, aunque no sin el valiente sacrificio de todos los que en aquel entonces habían sido sus amigos: Mïna, Valandil, Necro y cientos de leales renegados más habían dado sus vidas por el futuro que hoy él protegía con celo.

Tanto pensar en enemigos y caídos llevó su mente al inevitable recuerdo de Drakaren, el que había sido su mejor amigo y compañero de fatigas desde siempre, hasta que pocos meses atrás fuese despedazado en una emboscada huargen. 

Había hurgado en una herida reciente que aún escocía. Echaba de menos a su amigo y le odiaba, a la vez que se sentía culpable por su sacrificio: décadas de amistad terminadas por una carga suicida, que si bien le habían garantizado una retirada segura, él hubiera preferido tener que abrirse paso con sangre y acero al lado de su amigo; estaba seguro de que lo habrían conseguido. Pero no fue sólo su lealtad lo que llevó a Drak a la muerte: fueron también el  amor y la decepción de ver que su amada había seguido con su vida cuando por fin logró encontrarla en Villadorada, y que había muerto ya en la época en la que Drakaren se hallaba luchando en Rasganorte.

Darnai sacudió la cabeza y murmuró: “Ah, viejo idiota. Siempre fuiste un romántico estúpido. Ojalá ahora la hayas encontrado por fin”.

El General se acercó a un elaborado armario, sacó una botella de bourbon de Costasur y se sirvió un vaso mientras repasaba mentalmente todo lo que podía haber llevado al pobre Drak a ese arrebato de locura. Si de él dependía, procuraría que ninguno de sus hombres pasase por lo mismo. Era su deber cuidar de ellos; la mayoría de los nuevos aún le veían como una figura distante y en cierto modo aterradora, pero con los otros era diferente.

Volvió a echar un vistazo a Nadari, que arremetía con una de sus letales espadas contra el niño, que por acto reflejo, además de bloquear con el escudo, se envolvió en una burbuja protectora. Definitivamente lo estaba haciendo bien. Nadari había mejorado mucho desde que la habían acogido, incluso ocasionalmente hablaba. Y el cabo Joss, la cabo, se corrigió, iba mejorando desde que la reclutase forzosamente. Aún no tenía claro el empeño en hacerse pasar por un chico, pero podía dejarlo correr; había muerto en plena adolescencia, eso debía de ser confuso para ella. Ya maduraría, aunque sabía que, de algún modo, mientras la amiga esa suya siguiera rondando por ahí, eso iba a ser algo más difícil.

A pesar de todo, Joss era una buena muchacha y de fiar. Estaba seguro de podría hacer una buena oficial de ella; tal vez algún día llegase a capitana, aunque lograrlo requeriría tiempo, esfuerzo, y entender algunas de las cosas raras que hacía a veces.

-¿En qué piensas, querido? - La voz dulce de su esposa llegó desde la puerta del despacho.

-Nada, recordaba viejos tiempos y a algunos de los muchachos.- Darnai sonrió con tristeza y se acercó a su mujer, a la que besó con ternura.

-Yo también los echo de menos a veces. Pero debemos seguir adelante y hacer que sus vidas hayan servido para algo.

-Lo sé. Ven, vamos abajo, acabo de ver a Kinay invocar una burbuja protectora. A ver si puede repetirlo.

-¡Qué bien! Será sacerdote como mamá. – La guapa muerta pelirroja sonrió, orgullosa de su hijo.

- No si yo puedo evitarlo. Ese niño aprenderá a blandir espadas y usar escudos como que me llamo Darnai. A fin de cuentas, él es el futuro.

jueves, 12 de febrero de 2015

Takemaru

Notas: Esto lo escribí hace tiempo para un dk que tengo super abandonado pero como Vivaldi también reciclaba sus obras, la reciclé para Takemaru. XP


Takemaru. Caballero de la muerte.

La ciudad de Orgrimmar  rebozaba bullicio desde altas horas de la mañana, era normal en los tiempos que corrían. Las tropas entraban y  salían. Los soldados entrenaban duramente, preparaban sus equipos y reparaban su armamento. Los oficiales organizaban sus batallones para las nuevas campañas en Rasganorte. Era un constante ir y venir de gente;  pero entre tanta actividad siempre se podía sacar un rato libre para tomarse un respiro.
Aquel día la taberna estaba atestada. La guerrera y el chaman orcos disfrutaban de sus últimas horas juntos. Pronto cada uno de ellos partiría hacia su nuevo destino y quién sabe cuando volverían a verse. Se levantaron de la mesa para marcharse.

- Espera un momento, voy a…-Dijo el chamán a su compañera señalando hacia el baño.
- Te espero fuera - respondió la guerrera.

 Absorta en sus pensamiento se dirigía a la puerta sin prestar atención a su alrededor cuando una  mano la agarró con  fuerza por el brazo obligándola a volverse.

- ¿No vas a saludar a una vieja amiga?- Dijo el caballero de negra armadura que la sujetaba.

La guerrera quedó petrificada. Conocía muy bien aquella voz y aquel rostro, pero no aquellos ojos de mirada gélida. Aquella siniestra figura que estaba frente a ella no podía ser Takema. No podía ser ella, la orca de corazón valiente y sonrisa fanfarrona con el que había crecido en las llanuras de Durotar. No era posible. Takema Ru estaba muerta, había dado la vida defendiendo su patria. No podía ser ella. No podía ser.

- Zemdra ¿No me reconoces? - insistió la caballero.

Zemdra era incapaz de reaccionar paralizada de horror. Como si el helado contacto de la mano que le agarraba la hubiese congelado. La oportuna llegada de su compañero y el empujón que este propinó ala caballero la sacó de su trance.

- ¿Buscas problemas?- increpó el chaman a la caballero.
- No Zamdor...es…es...es una amiga. – Lo detuvo la guerrera.

La caballero Takema dirigió una mirada desafiante a su agresor pero se contuvo. Sabía que no era prudente retar a un oficial; podía acarrearle muchos problemas. Nadie apreciaba a los caballeros de la espada de ébano. Simplemente se les toleraba porque eran un poderoso aliado frente a los ejércitos de la plaga en tierras del norte. Se limitó a recolocarse la oscura armadura con  parsimonia. Sin decir palabra se encaminó a la salida con andar pausado. Al pasar junto a la guerrera se detuvo brevemente. Takema Ru se inclinó para hablarle tan cerca que Zemdra notó como el glacial halo de aquel cuerpo, que una vez fue cálido, la envolvía de forma asfixiante.

- Que el brillo de tus hojas nunca se apague. – Takema lanzó una última mirada desdeñosa al chaman mientras hablaba. - Nos volveremos a ver - Aquella frase en su voz distorsionada por la muerte sonó a amenaza más que a despedida.

Zamdor se puso a la defensiva. A pesar de la amnistía decretada por Thrall pocos eran los que no sentían aversión hacia aquellas aberraciones de la madre tierra.


- ¿Qué clase de amiga es esa?- exclamó Zamdor airado- ¿De qué va esa imbec...?- Se detuvo al ver el estado en que se encontraba su compañera. Estaba pálida y temblaba. Se agarraba el pecho en un intento inútil de controlar el torbellino de emociones que se le venía encima.

- ¿Qué te ocurre Zemdra? ¿Estás bien?- El enfado dejó paso a la preocupación.
-  Hace seis años... -Dijo ella en un hilo de voz.-... ¿Recuerdas la primera noche que pasaste conmigo?

Zamdor lo entendió -¿Ese caballero es...? – Recordó el terrible mazazo que había supuesto para Zemdra  la muerte de mejor amiga, a la que quería como a un hermana.

La caballero de la espada de ébano dejó atrás la ruidosa calle mayor inmersa en sus oscuros pensamientos. Abordar así a Zemdra había sido una estupidez. Sabía muy bien el efecto que provocaba en los demás. ¿Qué esperaba? Era muy consciente de su condición de exánime y de sus acciones pasadas. ¿Qué había pretendido? ¿Volver a ser la que era, recuperar su vida pasada? Soltó una seca carcajada de forma inconsciente y escupió al suelo. Ya nada podía ser como antes. El pasado que recordaba  no le pertenecía. No; Takema Ru ya no existía. Solo Takema; Takemaru Caballero de la Muerte.

                                                             Fin.

domingo, 8 de febrero de 2015

El despertar del druida.

Notas de la autora: He corregido un fallo de lore que había sobre la ubicación de los druidas durmientes y como soy así de fatiga no puedo releer un relato sin reescribir ciertas partes. 

Cap. I - Ulsey  CimadelTrueno.

Era una cálida mañana y como era la tradición tauren un grupo de jóvenes aprendices de druida se había reunido en Claro de Luna para celebrar el rito de primavera. 
Ulsey  no paraba de rascarse la barbilla. Estaba en esa edad en la que a los jóvenes  taurens empieza a crecerles la barba, lo que era un incordio porque picaba bastante. Comenzó a aburrirse. Conocía la ceremonia de memoria, la habían ensayado muchas veces. Tenía que permanecer allí sentado un buen rato hasta que sus maestros terminaran los rituales de presentación de ofrendas a los ancestros. 
Distraído observó el paisaje que le rodeaba. Su mirada se posó en una arboleda cercana que emanaba un tenue resplandor esmeralda. Dos palabras cobraron  forma en su cabeza de modo inmediato “Sueño esmeralda” Sus ojos se abrieron de par en par y una sonrisa pícara apareció en su cara. ¿Sería allí donde los druidas dormían el sueño esmeralda? ¡Eso tenía que verlo con sus propios ojos!

- ¡Oye Tolem! - le susurro a su compañero - Vuelvo enseguida, no me delates.
- ¡Que dices Ul! ¡¿A dónde vas?! - Tolem le miró sorprendido. 

Ulsey puso la mano en el suelo e hizo brotar un enorme champiñón. Cogió una rama, la partió en dos y se las clavó a modo de cuernos. Le puso su capa por encima y ¡Listo! Nadie notaría su ausencia. 

- Volveré antes de que se den cuenta. Lo prometo.- y se escabulló con sigilo felino hasta la arboleda.
- ¡Vuelve Ul! ¡Te la vas a cargar!- susurró su compañero alarmado.

Ulsey  cruzó la arboleda y llegó a la puerta del túmulo. Descendió de dos en dos los escalones que conducían a la cámara. La estancia estaba bañada de suave luz esmeralda y en su interior descansaban los druidas en círculo sobre lechos de piedra. Parecían congelados en el tiempo, pensó. Extendió la mano hacia la cúpula de luz pero no llegó a tocarla, sabía que no debía hacerlo. Su mirada recorrió las figuras durmientes hasta posarse en una fácilmente reconocible. El único tauren que descansaba allí. Le inundó un sentimiento de admiración y devoción. Lentamente caminó rodeando la cúpula hasta donde yacía el archidruida Hamuul. Tan fascinado se sentía  que no se fijó donde pisaba. Una raíz se enredó en su pezuña y sin que nada lo impidiera Ulsey cayó de bruces al interior de la cúpula esmeralda. Se dio la vuelta e intentó levantarse pero el cuerpo no le respondía, le pesaba demasiado. Un inmenso sopor le invadió. Los parpados se le cerraban sin poder evitarlo.
   - ¡No puede ser! Tengo que volver, tengo que…- El sueño esmeralda le envolvió por completo y el joven tauren quedó dormido junto a los demás druidas.

                   -o-

Ulsey intentó abrir los ojos. La luz era de un azul brillante y le dañaba. Los parpados le pesaban sobre manera. Lo intentó de nuevo. Con  los ojos entreabiertos vio un rostro de piel pálida y cabellera negra. La imagen era  borrosa. Alguien cantaba una dulce canción. No pudo entender lo que decía. Permaneció tumbado largo rato hasta que consiguió abrir los ojos por completo. Se encontró contemplando el techo de la cámara bellamente decorada. Entonces calló en la cuenta: la luz esmeralda había desaparecido. Se incorporó hasta quedar sentado.  Los durmientes tampoco estaban. 
Sintió un enorme peso en su cabeza que le hizo inclinarla hacía abajo, se quedó perplejo con lo que vio. Sus crines y su barba le habían crecido hasta la cintura y su pelaje gris se había vuelto negro. Se llevó las manos a las sienes donde sentía el peso palpando la enorme cornamenta que había crecido apuntando al frente como los de un adulto. ¿Un adulto? ¡Espera, no puede ser! Ulsey empezó a ponerse nervioso. Miró sus manos. Eran anchas y fuertes. ¡Eran Enormes! Cada vez estaba más alterado, no entendía nada. Se levantó de un salto pero el suelo y sus pies estaban a más distancia de la que debería. No controló el equilibrio y calló de morros. Su cornamenta se clavó en el terreno. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué significaba todo aquello? Ulsey se sentía cada vez más aterrado. Decenas de champiñones empezaron a brotar a su alrededor, uno nació debajo de su hocico y al crecer se le metió por el orificio nasal. Intentó zafarse  pero estaba bien clavado al suelo, tuvo que dar un enérgico impulso para soltarse. Tan fuerte fue el envite que quedó de nuevo tumbado boca arriba mientras montones de hongos surgían y explotaban soltando esporas a su alrededor. 
Un disco lunar comenzó a formarse encima de él, cuando completó la formación descargó su rayo. Ulsey quedó paralizado por el miedo. El rayo había impactado justo entre sus piernas. Se incorporó. El caos a su alrededor se aceleraba a medias que crecía  su pánico. El disco lunar aparecía aleatoriamente descargando rayos. Los champiñones germinaban y explotaban a un ritmo tan frenético como su respiración. El aire empezaba a arremolinarse y a formar pequeños tornados y él...él estaba a punto de ponerse a gritar igual que un crío histérico. El champiñón que le obstruía la fosa nasal hizo que se sintiese mareado. Le faltaba el aire y comenzó a perder la conciencia. En ese momento pudo percibir como la energía de su interior bullía descontrolada. 

  -¡Un momento!- Pensó- Aquí no hay nadie. ¿Esto lo estoy provocando yo?- Se sacó el hongo de la nariz, tomo una bocanada profunda de aire y exhaló despacio. Comenzó a controlar su respiración y a tratar de clamarse. A medida que lo hacía también se iba aplacando la naturaleza desatada de su alrededor. 
¿Que había ocurrido? Se preguntó mientras recuperaba la calma. Recordó haberse escabullido de la ceremonia para ver a los archidruidas durmientes y de haber tropezado en la estancia esmeralda. No recordaba nada del sueño, era más bien una sensación. La sensación de haber estado haciendo algo. ¿El qué? No lo recordaba.  ¿Durante cuanto tiempo?  Volvió a mirarse los brazos anchos como troncos de árbol. Sin duda había pasado el tiempo suficiente como para hacer de él un tauren adulto. Se quedó tumbado contemplando el techo abrumado por ese pensamiento. Una figura le tapó la visión. Ulsey se incorporó y reconoció al elfo de la noche que le miraba divertido. Era uno de los druidas durmientes, tuvo la certeza de conocerlo desde hacía mucho. El elfo se agachó y cubrió con su capa al tauren. Solo entonces Ulsey se percató de que estaba desnudo.

- ¿Cuánto tiempo ha pasado?- Preguntó.
- No lo sé amigo mío- respondió el elfo sosegado- Debes volver con tu gente. Cuando llegue el momento búscanos en el santuario de Malorne. Ahora debo irme.

El druida elfo se alejó dejando a Ulsey sentado en el suelo intentando asimilar todo aquello. ¿Qué habría sido de su gente? ¿Le reconocerían al verle? ¿Les reconocería él? Le caería una enorme bronca. Suspiró resignado y se puso en pié.
                                                



Cap. II - Yuhe Runaplata.

 Yuhe reprimió un bostezo. Estaba algo cansado de estar allí plantado junto a su compañero durante horas. Guardaba las puertas del pabellón mientras sus superiores estaban reunidos. Una tarea bastante tediosa para un joven sendorei deseoso de demostrar su valía. De momento tenía que conformarse con misiones de escolta o vigilancia y poco más. En aquella ocasión le había tocado escoltar a una delegación Horda a Claro de Luna. 
 Al término de la reunión su capitán les dio descanso hasta nueva orden. Comió con sus compañeros y luego decidió darse un paseo por el lugar. La frondosidad y belleza de aquel valle le recordaba mucho a los bosques de su patria.
 Caminaba tranquilamente cuando reparó en una puerta tallada en la roca. Había oído infinidad de veces las historias sobre los túmulos del sueño esmeralda y sus ocupantes. No pudo reprimir su curiosidad y bajó a la cámara. Al entrar llamó su atención un enorme tauren despatarrado en el suelo. Su ropa estaba hecha jirones como si le hubiesen estallado. Yuhe se acercó alarmado para comprobar si estaba vivo. Sorprendentemente el tauren roncaba plácidamente. Reparó en los druidas que descansaban en sus lechos de piedra a escasos metros de él. No había ninguna cama vacia, algo no encajaba en aquella escena. ¿Qué podía haber sucedido para que aquel druida estuviese en el suelo de aquella manera?
 Se levantó para acercarse al círculo de durmientes y antes de poder dar un paso sus pies tropezaron con algo yendo a aterrizar sobre la barriga del tauren. El joven elfo contuvo la respiración inmóvil. El druida abrió ligeramente los ojos, parpadeó resoplando levemente. El sonido de un cuerno se oyó en la lejanía. El paladín horrorizado se puso blanco y el pulso se le disparó. ¡Había sacado al druida del sueño esmeralda! Sin saber que hacer no se le ocurrió otra cosa que ponerse a cantar una nana Sin’dorei. Aquello pareció dar resultado. El tauren volvió a cerrar los ojos pero antes de poder sentirse aliviado Yuhe percibió movimientos a su alrededor. Levantó la vista y descubrió que los druidas estaban despertando. El cuerno seguía sonando ¡Había profanado el sueño de los druidas con su torpeza! Ese pensamiento se encendió en su cabeza chillando como una alarma gobling. No podía imaginar las consecuencias de semejante acto. Un pánico irracional le invadió y salió corriendo del túmulo. 
 Sin aliento llegó a la orilla del lago y se dejó caer. No podía creer lo que acababa de hacer. Había huido de la escena del crimen. Permaneció un buen rato allí intentado en vano calmarse. Lo que más aterraba a Yuhe no era el castigo por haber interrumpido el sueño de los druidas si no la vergüenza que supondría para la familia Runaplata. Su padre era un héroe caído en Rasganorte.  Prefería afrontar cualquier castigo aunque la condena supusiera el fin de su carrera como paladín antes que manchar su nombre. Se encogió angustiado. Les decepcionaría igualmente. Nunca estaría a su altura. Nunca sería lo suficientemente bueno.

-¡Yuhe, al fin te encuentro!- exclamó una voz a su espalda. Al oír a su compañero yuhe se puso rigido de un salto. - El capitán quiere que nos reunamos con él en el pabellón central. 

 El joven paladín sintió que el cielo se desplomaba sobre su cabeza. El tauren le había visto y le habrían identificado enseguida. Otros elfos de sangre componían la delegación horda pero solo él tenía el pelo de un negro azulado, algo bastante inusual entre los Sin’dorie. No podía huir otra vez, tenía que afrontar su culpa.
 Entró en el pabellón como un zombi. Todo el mundo estaba allí reunido. Se quedó plantado en la entrada. Estaba totalmente pálido y un sudor frío le recorría la espalda. Su compañero al verle allí quieto le instó a que ocupara su lugar como escolta. Su capitán estaba de espaldas, se volvió hacía él. Yuhe tragó saliva y deseó con todas sus fuerzas que un vacío abisal se abriera en ese preciso instante bajo sus pies y le tragara. Aquello significaba el fin. Armándose de valor dio un paso al frente.

 -Mi capitán, yo...yo...- intentó formar una frase coherente.
- ¿Qué te ocurre muchacho? Estás muy pálido. ¿Te encuentras bien?- El capitán le miraba preocupado.
- No. Yo…- Yuhe estaba cada vez más blanco.
- Tienes permiso para retirarte - Le interrumpió el capitán-. En cuanto nos aclaren el motivo de hacer sonar el cuerno de Cenarius despertando a los druidas, le pediré a algún sanador que vaya a atenderte.
¿¿Como?? ¿Cenarius era quien había despertado a los druidas? El joven elfo sintió que la tensión de su cuerpo se relajaba de golpe. Le fallaron las rodillas.

- ¡Dahirus, Llévale a la enfermería!- ordenó el capitán.
- No, no. Estoy bien, estoy bien – Yuhe se sentó. El color volvió poco a poco a sus mejillas mientras daba gracias mentalmente a la luz, a Cenarius y todos los ancestros jurandose que jamás volvería a huir de sus responsabilidades y que siempre afrontaría las consecuencias de sus actos.
 Ya recuperado del traumático trance observó a los reunidos. Se fijó en los druidas durmientes ahora despiertos. Había un tauren entre ellos pero no era aquél sobre el que había caído. Pensándolo con más calma, la presencia de aquel tauren en el túmulo era bastante extraña. Estaba fuera del círculo de piedra, tumbado sobre el suelo frío como si alguien lo hubiese arrojado allí sin ningún miramiento y su ropa estaba destrozada. Lo buscó con la mirada por toda la sala pero no lo vio. No volvería a verle hasta muchos años después. 
Afortunadamente para Yuhe aquello quedó en una vergonzosa anécdota que jamás contaría a nadie.


Cap. III.

 Las tropas de la Horda comenzaron a embarcar en los zeppelines. Había un gran bullicio. Todos estaban entusiasmados y charlaban animados sobre el nuevo continente descubierto al sur de Azeroth al que se dirigían como apoyo. 
 Una vez dentro del zeppelín Yuhe buscó un hueco entre sus enormes compañeros donde soltar su equipo de campaña. Orcos, taurens y trols le doblaban en tamaño. 
Entre la algarabía se oía la voz grave de un tauren que no paraba de contar chiste, hacer bromas y animar a sus compañeros con su alegre cháchara. Se volvió para mirarle divertido por su acento sureño. Se quedó de piedra. Conocía a aquel druida. Jamás había olvidado su rostro. ¿Como olvidarlo después de lo sucedido en Claro de Luna? Un sentimiento de vergüenza y culpa le había perseguido durante todos aquellos años. El druida reparó en la cara desencajada del elfo y se acercó.

-¡Eh, tú!- dijo posando su mano en el hombro del pálido Yuhe- ¿Es tu primera vez? No tienes ná que temer compañero. Los camaradas estamos pa protegernos los unos a los otros. Yo soy sanador y te aseguro que me emplearé al máximo pa que ninguno de vosotros recibáis daño.- el druida hablaba con entusiasmo mientras le estrujaba con su enorme brazo. Al retirar la mano de la armadura de Yuhe brotó un champiñón.

-¡Ups! Disculpa- dijo el druida mientras le quitaba el hongo- Aún no controlo del tó este hechizo.
   - Deja al muchacho Ul. Le vas a poner más nervioso de lo que ya está – dijo la sacerdotisa que lideraba el grupo.
-Y a mi me va a estallar la cabeza como no te calles - Exclamó un orco que andaba cerca.
- Pos aquí tengo un champiñón curativo ideal pa dolores de cabeza compañero Jorf- El druida se giró para seguir dando la tabarra al orco.

El joven paladín aprovechó para escabullirse. Al parecer el druida no le había reconocido, le había tomado por un novato. Prefirió pasar desapercibido y no discutir sobre sus logros. 

- ¿Te encuentras bien?- La sacerdotisa se le acercó. 
- No se preocupe por mí, lady Aorela- Yuhe se puso firme. 

Sentía una enorme admiración por aquella mujer. Siempre que la miraba no podía evitar preguntarse como alguien que llevaba tantos años luchando en tantas guerras absurdas podía seguir conservando la serenidad. No solo tenía el don de sanar el cuerpo si no también de sosegar el alma con la dulzura de su voz. 

   - Procura descansar, el viaje será largo- Tocó suavemente su hombro y la agitación que sentía desapareció.
- Así haré, lady Aorela.

   - ¡Para de una vez Ul! - Se oyó protestar una voz al fondo -¡Eres más latoso que un gobling!
- ¡¡Eeeeh!! ¡¿Que pasa con los goblings?! - respondió otra voz chillona.

Las horas pasaban lentamente. La noche había caído ya. En el interior de la nave solo se escuchaba el monótono rugir de los motores. Todos dormían excepto Yuhe que no conseguía conciliar el sueño. Comenzó cantar en voz baja una vieja canción Sin’dorei. Cantar le ayudaba a relajarse en las noches difíciles previas a un enfrentamiento.

- Eras tú quien cantaba aquel día. ¿Verdad?- era la voz del druida.
Yuhe calló de inmediato. Dudó un instante, luego tomó aire y contestó.
- Sí. Fui yo quien te despertó- Esperó la reacción del druida sin atreverse a mirarle directamente.
- Gracias- respondió el tauren recostado en un nicho cercano. Tenía cerrados los ojos y reposaba tranquilo con una sonrisa en la cara.
- ¿No estás enfadado?- Dijo Yuhe desconcertado.
- Ummm...yo no debía estar en el sueño esmeralda y...aún estaría perdido en él de no ser... por ti- Esta vez hablaba con la parsimonia habitual de los taurens- Lo que estoy es...agradecido.
- ¿Qué hacías allí tirado? Siempre me lo he preguntado- La cuestión le había estado reconcomiendo desde entonces.
   - Digamos que...mi entrada en el sueño fue... un dasafortunado…tropiezo.
   - Y tu despertar también lo fue- Murmuró Yuhe sintiéndose aliviado.

El druida se incorporó y le tendió la mano amistosamente.

 – Me llamo Ulsey Cimadeltrueno- le guiñó un ojo con picardía- Ul para los amigos.
    - Yuhe – El elfo le estrechó la mano profundamente agradecido por el indulto que acababa de recibir- Yuhe Runaplata.

Al soltar la mano del tauren sintió un tremendo hormigueo en su palma. Un champiñón crecía en ella.

- ¡Ups!- Ulsey disculpándose le despegó la seta de la mano- Tengo que practicar más.
 Al joven elfo le entró la risa floja y los dos comenzaron a reír.
   -¡Callaos!- grito un orco irritado- ¡algunos intentamos dormir!

Ambos volvieron a sus nichos y permanecieron en silencio. Aquella noche Yuhe durmió tan profundamente como hacia años que no lo hacía.

                                      Fin.

[Dibujillos] Miztral y Botellón

Bueno, no estaba muy inspirada para ponerme a escribir, así que me puse e hice un dibujillo de Mizi para estrenar el nuevo blog ^^

Para quien no lo sepa, Miztral Konleonez es mi goblina maga, ceceante, con los piños separados y con un peinado extravagante cada día. Botellón es su elemental de agua, y diréis: "¿y por qué es marrón?" Porque Mizi es originaria de Piñón de Barro, y allí el agua suele estar bastante turbia y marronosa xD

Está vestida con el uniforme del Instituto Horda, historia que ya iré colgando en el blog una vez que sepa cómo empezarla xD

Foto hecha con el móvil, hice lo que pude xD


Tradiciones familiares



Idnaar terminó su ascensión por la escarpada pendiente. Se giró y tendió la mano a su hijo Gromil para ayudarle con el último tramo. Gromil era un niño enclenque para ser un orco, su padre no se explicaba la enorme diferencia entre el muchacho y su hermana, mucho más grande que la mayoría de jóvenes hembras, mucho más parecida a él. Quería a su hijo, a pesar de que pasase más tiempo con Shan´Nah. Gromil era extraño; hablaba de sabiduría y de los elementos, leía todo libro que caía en sus manos, e incluso chapurreaba algo del idioma de los elfos, mientras que él mismo a duras penas era capaz de leer en su propio idioma. Por eso se alegraba de que este momento fuese para ellos dos solos: tras años de penurias, él y su familia habían logrado llegar a Filospada, el hogar ancestral de su malogrado Clan, los Lightningblade. Habían luchado contra ogros, recuperado los trozos de las antiguas reliquias del Clan, que había reforjado en dos enormes espadas, y todo para que los espíritus de sus ancestros se riesen de él.

“Sólo eres un niño, no sabes quién eres. No has superado los ritos de madurez del Clan a tus treinta y cuatro años, y quieres alzar con orgullo nuestro estandarte y liderarnos a la batalla. Eres una vergüenza para tus ancestros, chico.”

Las palabras del espíritu aún resonaban en su cabeza. Tras una vida de sangre, honor y esfuerzo por estar a la altura de lo que sus ancestros podrían esperar, las palabras le habían herido más profundamente de lo que nunca había hecho un arma, a pesar de que, como probaban las cicatrices de su enorme corpacho, esas ocasiones habían sido abundantes.

Idnaar miró al horizonte despejado. A sus pies se extendían cientos de picos afilados, y en la lejanía podía verse el bastión Thunderlord, donde aguardaban su compañera, Radna, y su hija.

-Hazlo, hijo mío. – Ordenó al enclenque muchacho de cresta púrpura, algo más oscura que el pelo de su madre.

-Papá, no creo que pueda hacerlo. – Gromil estaba claramente nervioso.- Mis poderes de chamán no son lo suficientemente fuertes, necesito adiestramiento y…

-Confío en ti. –Idnaar posó su gigantesca mano en el hombro del joven orco.- Además, nuestros ancestros te ayudarán. Ellos mismos me desafiaron a probar mi valía, no sería honorable no ofrecerme la batalla prometida.

-Ahora que lo mencionas, sobre eso también tengo mis dudas. No veo cómo va a probar nada el que te golpeen tres rayos, ni cómo va a ayudarte a que te conozcas a ti mismo, ni…

-Hazlo. – Idnaar interrumpió a su cachorro, que suspiró y se puso a meditar en lo alto del pico, a unos metros de su padre. Pronto, los ojos del niño quedaron en blanco, y una enorme tormenta relampagueante comenzó a formarse en el horizonte, acercándose a toda velocidad y cubriéndolo todo de negrura a su paso. Idnaar alzó los dos descomunales espadones y los cruzó en el aire.

-¡Padre Rayo, yo Idnaar, del Clan Lightningblade, te hablo! – Gritaba enérgico entre el estruendo de la tormenta. – ¡He venido aquí para probarme ante ti y mis ancestros, para que me otorgues tu sabiduría y pueda llevar a mi Clan una vez más a la gloria de la batalla!

Un enorme relámpago surcó el aire e impactó de pleno en las espadas cruzadas del orco, que comenzaron a relumbrar con energía azul que se transmitió a sus ojos, mientras la electricidad surcaba su cuerpo, llenándolo de quemaduras. Dolía como nada que Id hubiese experimentado jamás, pero no gritó. Entonces le sobrevino una visión:

Era un niño de apenas tres años. Estaba junto a Radna, viajando presos de los ogros, muertos de miedo. Un orco algunos años mayor que él le recordaba que era un Lightningblade, y le hablaba de las grandes gestas que había hecho su Clan. Le decía que no debía temer, que ahora eran con casi total seguridad los últimos de su Clan y que por ello debían ser bravos, fuertes y honorables. Le hablaba de quienes habían sido sus padres, y por qué su deber era crecer y proteger al Clan.

Idnaar volvió a la realidad y una sensación de congoja se apoderó de él. Por un instante había vuelto a estar con su viejo amigo, que había hallado la muerte en las arenas de gladiadores antes de llegar al cuarto de siglo. Reprimió una lágrima y gritó de nuevo a la tormenta.

-¡Soy Idnaar, hijo de Grazkar, del Clan Lightningblade!

Reflexionó durante unos segundos sobre lo que acababa de decir. Hasta que el primer rayo le había golpeado, ni tan siquiera recordaba el nombre de su padre. Otra cosa más que agradecer a su viejo amigo Gromil, por el cual había sido nombrado su hijo. Miró al niño en trance y sintió que de algún modo, el espíritu de su amigo velaba por todos ellos y se encontraba allí en esos momentos.

Un segundo rayo impactó con mayor fuerza sobre las espadas. Esta vez el dolor fue insoportable. El gigantón verde rugió con furia hacia el enemigo inexistente, más por reflejo que por otra cosa, y nuevamente sobrevino una visión:

Era un orco joven. Aún no llegaba a la veintena y luchaba en las arenas junto a Radna, el tauren Ragem y Rosadito, su hermano de batalla, un atípico sin´dorei que gustaba más de vivir como un orco que como uno de su raza, a pesar de que en ocasiones tenía ciertos ramalazos elfos de libertinaje. Todos juntos luchaban en la arena contra unos ogros. Recordaba aquella pelea; había sido de las últimas en sus días de esclavo. La visión se transformó en la lucha contra los nagas, que había permitido que los cuatro huyesen hacia la libertad y la seguridad de la Horda. Luego las visiones se fueron sucediendo una tras otra a toda velocidad: luchaba junto a Rad y Rosadito como guardia del Cruce contra jabaespines y Kol´kar, luchaba contra las atrocidades del Cataclismo para proteger el mundo en el que sus hijos habrían de criarse, luchaba contra la tiranía que los Kor´Kron que oprimían a sus vecinos trols, y finalmente, junto a su familia, contra lo ogros que descendían de aquellos que habían acabado con su Clan.

Gritó de nuevo, malherido, hacia la tormenta.

-¡Soy Idnaar, hijo de Grazkar, del Clan Lightningblade! ¡Lucho con fuerza y honor por mi libertad y la seguridad de los míos!

El rayo no se hizo esperar. Golpeó salvajemente y con fuerza implacable, bañándolos en luz azulada, como si la tormenta se empeñase en quebrar al orco y su voluntad, que hincó la rodilla en el suelo sin bajar las espadas cuando le sobrevino la tercera visión:

Esta visión era sencilla. No se trataba ni de una gran batalla, ni de recuerdos largo tiempo olvidados. Era simplemente él, sosteniendo a su diminuto hijo en el día de su nacimiento, mientras su compañera recién parida tenía en brazos a la enorme niña. Contaba con veintidós años en aquel entonces, y ya supo que jamás se rendiría ante nada con tal de dar a sus hijos la vida que él no había tenido.

La visión se desvaneció y se puso en pie, con la piel negra y supurante, con las armas crepitantes de energía aún en alto, y gritó de nuevo con todas las fuerzas que le quedaban hacia la tormenta.
-¡Soy Idnaar, hijo de Grazkar, del Clan Lightningblade! Lucho con fuerza y honor por la libertad y seguridad de los míos, y los llevaré a ellos y al Clan a la gloria que merecen. ¡Y si a ti o a los espíritus no os gusta, espero que tengáis algo más que rayos para impedirlo!

La tormenta, como si se hubiese acobardado ante las palabras del orco gravemente herido, comenzó a disolverse y permitió que el sol se abriese paso. Las espadas, a pesar de la desaparición de la tormenta, aún crepitaban con energía, y por su superficie corría de vez en cuando algún rayo azulado. Por fin Id se permitió bajarlas.

-¡Los espíritus están contentos, papá! – Gromilín parecía entusiasmado, tanto por haberlo logrado él como por su padre. – Creo que nuestros ancestros ya no se atreverán a insultarte nunca más.
Idnaar miró a su hijo, orgulloso. Probablemente un crío tan listo era el mayor logro que iba a conseguir jamás. Le revolvió la cresta con la gargantuesca mano, se colgó las espadas a la espalda, y se dispuso a bajar nuevamente por la escarpada pendiente.

-Vamos, debemos llegar al bastión Thunderlord antes de que anochezca. – Al moverse, sintió dolor por todo el cuerpo chamuscado. – A ver si un sanador puede ayudarme con estas quemaduras tan feas.
-Sí, y deberías bañarte. – El niño, que había comenzado a descender, soltó una risilla.- Apestas a jabaespín quemado.

Razíd

Comentario de autor: Esta es la historia original de mi brujo. En mi blog quité las referencias al wow por el por si. ^_^


Razid

En la arcaica mansión en el corazón de LunaArgenta, una familia se reúne para acompañar a la abuela en los últimos días de su vida. La anciana con las pocas fuerzas que le quedan pide hablar con el hombre que se sienta junto a la chimenea vestido con una gruesa túnica que no deja ver su rostro.
El hombre se acerca al lecho de la anciana y todos los demás salen de la habitación. La anciana tiende su huesuda mano a éste.
- Padre...cuando yo muera...el demonio quedará libre... ¿Que pasará entonces?
El hombre coge la enjuta mano de la anciana con la suya, joven y fuerte.
- No lo sé...no lo sé.
                                                     -o-

En una cabaña en medio del bosque una familia hace su vida cotidiana, mientras la madre prepara la cena, las niñas “juegan” en otra habitación.
La mayor está concentrada haciendo los preparativos para lo que será su primer intento de invocación siguiendo las instrucciones de un viejo y raído libro.

-¿Y si estos demonios ya están cogidos? ¿Funcionará?- pregunta la pequeña asomándose al libro.
- Pues no sé...- dice la mayor comenzando la invocación.
-¡Aparece ante mí Jezzelek!- dice mirando la lista de nombres de seres demoníacos del libro. No ocurre nada.
-¡Acude a mí...Mazarak!- Vuelve a intentarlo varias veces sin resultado.
-¿Vas a recitar todo el libro?- dice la pequeña aburrida al cabo de un buen rato.
-¡Acude a mí poderoso...ummm...emmm...- sin mirar el libro, se lo inventa- ...Razid!
Un tenue resplandor empieza a brotar del círculo cobrando intensidad, la pequeña grita entusiasmada, a la mayor se le acelera el pulso. Tras un breve destello el círculo se apaga quedando las dos decepcionadas.

Toc, toc, toc, llaman a la puerta.
- Id a abrid niñas, debe ser vuestro padre- dice la madre desde la cocina.
Sin tiempo para recuperarse del fracaso la mayor corre a abrir la puerta. Frente a ella en el umbral de la puerta hay una siniestra figura envuelta en una túnica negra. Asustada vuelve a cerrar la puerta a toda prisa.
-¿Qué pasa? ¿Qué son esas caras?- llega la madre al escuchar el portazo.
-¡Es un brujo, es un brujo, he visto su montura!- dice la pequeña encantada.
La madre vuelve a abrir la puerta. Un caballero elfo vestido con elegantes ropajes y sonrisa amable espera junto a la puerta.
- Disculpe mi intromisión señora, no era mi intención asustar a las niñas.- dice de forma educada.
-¿En que puedo ayudarle señor?- pregunta la madre.
-Me encuentro de paso por estas tierras y me he desorientado, la noche se presenta fría y me preguntaba si podría ofrecerme cobijo, le pagaré bien.- dice el elfo.
-Mi marido está de caza y no tardará en volver pero no creo que ponga objeción en acoger a un viajero, pase y caliéntese junto a fuego señor... - dice la madre invitándole a entrar.
-RunaPlata a su servicio señora- responde el elfo con una cortés inclinación de cabeza.

-¿Es usted nigromante señor? – pregunta la mayor tímidamente mientras se ofrece guardarle la capa.
- ¡Sería estupendo tener un demonio para que proteja a mi familia!- Entusiasmada, la pequeña agasaja al viajero.
-Me temo pequeña que eso no es tan simple- dice el elfo en tono cordial- Para invocar a un demonio primero tienes que saber su nombre, luego tendrás que llamarle, luchar contra él y vencerle, amenazar su vida hasta obligarle a aceptar el pacto demoníaco que le convertirá en tu esbirro- Se inclina hacia la pequeña en forma de complicidad - pero si no estás segura de vencer déjale marchar antes de que empiece el combate y podrás salvar la vida, aunque ...- Se encoge de hombros - no siempre es una garantía. Los demonios odian a los brujos.

Sentados todos a la mesa para la cena, la madre está inquieta porque el padre aún no ha vuelto. Las niñas siguen su animada conversación sobre demonología con el forastero, la mayor le cuenta su aprendizaje  autodidacta y le pide consejo respecto a su fracasada invocación.

-Entonces...- El nigromante clava su mirada a la muchacha helándole la sangre- ...eres tú quien me ha llamado.

– Lo primero que te dicen en la escuela es que jamás llames a un demonio al que no puedas vencer. –Dice el elfo bajando el tono de voz. Su penetrante mirada deja paralizada a la muchacha y una sensación de pánico recorre el cuerpo de esta.

La madre está ocupada dándole de comer a la pequeña y demasiado preocupada por la tardanza de su marido como para prestar atención a la conversación de ambos.
-¿Y usted a vencido a muchos demonios señor Runaplata?- pregunta la pequeña despreocupada.
- ¡Oh si, ha muchos!-dice el elfo recuperando su habitual tono cordial- Y ahora, si me disculpan, creo que será mejor que me marche.- Se levanta de la mesa y recoge sus cosas para irse.
-¿Cómo? ¿No va ha quedarse?- dice la madre extrañada mientras le acompaña a la puerta.
- No ha sido una acción acertada ¿No es así?- el elfo lanza su pregunta al aire, nadie presta atención a la chica aún sentada a la mesa que pálida y temblorosa susurra “puedes marcharte”

En el umbral de la puerta el viajero le da las gracias a la mujer por la cena.
- Ha sido un placer señora y perdone las molestia que le he causado- le entrega una bolsa con oro, cuando la madre levanta la mirada del bolsón de dinero, el elfo ya no está, sale al camino a buscarlo y  se tropieza con el marido que está de vuelta.
No hay ni rastro del forastero.

                                                                  Fin