martes, 18 de julio de 2017

Notorius Enigma: Elkam, Hykran y Sunagami

Nota: Relato escrito para el evento de guild del mismo nombre.


Notorius Enigma: Elkam, Hykran y Sunagami

Elkam tomó asiento en la taberna de Dalaran, sacó pergamino, tinta y pluma. Había trascurrido varios días desde el último ataque de la legión y comenzaba a sentirse bastante tenso. La inactividad le pasaba factura. “El regalo” que había dejado el Rey Exánime a los caballeros de la muerte empezaba a manifestarse. El anelo de matar  y el ansia por sentir el calor de la sangre entre los dedos, si no la saciaba, se trasformaba en dolor físico. Un dolor que a veces era difícil de llevar, realmente difícil.
Necesitaba distraer su mente de aquella maldición. Mojó la pluma y  puso toda su atención en el glifo que estaba perfeccionado. Una oleada de dolor le golpeó sin previo aviso. Apretó el puño con tanta fuerza que rompió la pluma estropeando el pergamino. Cuando la punzada pasó tomó aire y lo exhaló mascullando una maldición.

- ¡Maldito seas Arthas!

Recogió todo con fastidio y se levantó. Tendría que buscar otra manera de calmar el dolor. Quizás en los bajos fondos.
 Al pasar junto al tablón de anuncios, una nota se desprendió de este y fue a parar justo a sus pies. Llamó su atención  la pulcra caligrafía. Recogió la nota que estaba bastante manoseada y la leyó. Parecía un buen pasatiempo. Hablaba de un misterio a resolver escondido en un mapa y de salvar Azeroth. Se citaba a los interesados en aquel mismo lugar aunque varios días atrás.
 Conocía al firmante del escrito. El primer día que visitó la biblioteca de Dalaran, sus pesadas botas y el repiqueteo de la armadura habían perturbado la paz del recinto nada más entrar. Aquel muchacho se le había acercado por la espalda al trote recordándole e invitándole a dejar sus armas a la entrada del edificio. Pedirle a un caballero de la muerte que se desprendiera de su hojaruna era como pedirle a un mago que se cortara las manos. Superado el primer encontronazo los dos habían coincidido en su pasión por los libros y los escritos antiguos.

                                                              -o-

Athelstad  recogió la pila de libros de la sala de lectura y comenzó a colocarlos de nuevo en las estanterías. No dejaba de darle vueltas a la cabeza. Había acudido gente a su llamada; si pero la mayoría lo habían hecho para reírse en su cara. Los pocos que había mostrado interés eran eso: pocos.
Muy pocos para una empresa tan grande. Necesitaba más gente que compartiera su convicción. ¿Pero cómo hacer para que se le uniera más gente? ¿Cómo reclutar nuevos héroes?
Terminó de colocar el último libro y se volvió para seguir con la tediosa tarea. De repente fue como darse de narices contra un iceberg. El choque le hizo retroceder hasta golpearse la espalda contra la estantería. Se encontró mirando a un ancho pecho vestido con una coraza negra y el tabardo de los caballeros de la espada de ébano.
A pesar de haber hablado varias veces con Elkam, no podía evitar la impresión que este le causaba. Más tratándose de un elfo de la noche que le sacaba al menos tres cabezas y que le erizaba todos los bellos de su cuerpo cuando estaba cerca. Teniendo en cuenta que la existencia del caballero estaba ligada a la escarcha, literalmente helaba el aire a su alrededor.

 -  Hola muchacho - dijo el elfo tendiéndole la nota - Háblame de esto.

Athelstad se recompuso la toga y recuperó el aliento. Había estado tan absorto en sus pensamientos que no se percató de su presencia. Indicó al elfo que le siguiera a otra sala donde poder hablar sin ser molestados.

 - El texto es ambiguo. Se puede interpretar de muchas formas - dijo Elkam después de haber estudiado el manuscrito largo rato - Esto parece escritura rúnica muy antigua.- señalo unas marcas que recorrían el borde del mapa.

  - ¿Sabes qué dice?

  - No.

  - ¿Podrías traducirlo? – Un atisbo de esperanza nació en el joven mago.  Si un oficial de los caballeros de ébano se unía a su búsqueda sería algo bueno, realmente bueno.

   - Podría- contesto con tono indiferente – Pero necesitaras un experto que descifre el mapa.

Las esperanzas de Athelstad se volvieron a desinflar.

 - ¿Conoces alguno? - preguntó tímidamente.

 - Tal vez.

                                                             -o-

El joven mago apretó el paso, le costaba seguir las zancadas del elfo. Caminaron hasta llegar al otro extremo de la ciudad donde se hallaban la mayoría de los establos.  Elkam entró en uno de ellos donde se encontraba una mujer elfa de cabello plateado. Esta cepillaba con mimo a un enorme lince rojo que ronroneaba como si fuera un inofensivo gato doméstico. La entrada de los dos hombres la sorprendió. Athelstad observó que la mujer parecía incomoda con la presencia del exánime si bien era evidente que se conocían.
Después de las debidas presentaciones el muchacho le tendió el libro. Ella lo estudió con creciente interés. Sunagami era una experta exploradora y su gran pasión, después de sus bestias, eran los mapas.

- Recuerdo este mapa - dijo ella devolviendo el libro al joven - Creo que tengo la copia en mi estancia. Seguidme.

La estancia de Sunagami estaba amueblada con estanterías atestada de cachivaches y manuscritos cartográficos de todo tipo. Elkam las examinó mientras ella rebuscaba el mapa en cuestión. Le llamó la atención un colgante sobre unas cartas antiguas. Lo reconoció. Era un regalo suyo. A su memoria acudió un viejo recuerdo de cuando fueron amantes, pero como todo lo de su vida anterior, le resultaba  ajeno. Como si aquellas vivencias fueran de otra persona. Cuando levanto la vista sus miradas se cruzaron. Sunagami esquivó sus ojos de un azul glacial  y volcó su atención sobre el mapa. El Elkam que había vuelto de Corona de Hielo a menudo le resultaba un completo extraño. No quería pensar en eso, ahora no.
Desplegó el plano encima de la mesa aclarándose la garganta.

- Lo que tenemos aquí es lo que en criptogeografía se conoce como “notorious enigma”

- ¿Qué es un notorius enigma? - peguntó el joven sentándose

     - Pues algo que es notorio, obvio en el mapa. Que está ahí. Sabes que está ahí pero no está. Algo que sin estalo está y por lo tanto es un enigma - dijo ella asintiendo convencida de su explicación.

- Estoo… - El joven mago intentó no sonar demasiado bobo - No he entendido nada.

- ¡Exacto! - exclamó la elfa dándose una palmada en el muslo mientras asentía satisfecha.

El muchacho miró a Elkam en busca de un atisbo de comprensión. Este estudiaba las runas del mapa ajeno a la conversación.

-Si necesitas una exploradora estas en el sitio perfecto, tengo todos mis logros de exploración reconocidos - Sacó de la estantería un rollo de pergamino que al desplegarlo llegó hasta el suelo - Exploración de Azeroth y este es el más reciente – cogió otro pergamino y se lo tendió - Exploración de Draenor.

Athelstad le invadió el entusiasmo. Si cada una de las personas que habían acudido a su llamada aportaba una visión al asunto, sería genial.

- ¿De cuánto dispones? – pregunto Elkam.

- ¿Cuánto? ¿Cuánto de qué? - respondió Athelstad desconcertado.

-¿Cuantos recurso dispones para esta campaña?

- ¿Campaña? ¿Qué campaña? Yo…yo – comenzó a tartamudear - Yo… no tengo dinero. ¡Solo soy un estudiante!

- Lo suponia - Reprendió Elkam con desdén girándose  en redondo hacia la puerta.

- Pero…pero… ¡No se trata de dinero! ¡Se trata de salvar nuestro mundo! – Alegó el mago viendo como es esfumaba el que podía ser uno de sus fichajes más potentes y además experto en runas.
Haciendo caso omiso el elfo abrió la puerta y se detuvo. Sin girarse del todo le habló a Sunagami.

- Suna- hizo una pausa - He encontrado a tu hermano.

La elfa se levanto de repente.

- ¿Está…?- no se atrevía a pronunciar la terrible palabra.

- Vivo… Entre los Illidari – y se marchó sin más.

 Ella se dejó caer el asintió sin decir nada.

- No nos va a ayudar - dijo Athelstad consternado.

- Si lo hará – el rostro de aquella bella elfa se había ensombrecido - Elkam siempre ha sido una persona generosa aunque muy cabezota - Bajo la mirada perdida en algún recuerdo que manifestó en voz alta -  A menudo me sacaba de mis casillas pero luego no paraba hasta hacerme reír. Me niego a pensar que nada de eso queda bajo esa… capa de hielo.

“¡Pero qué dices mujer! ¡Estos tíos son un puñado de psicópatas sin sentido del humor. No sienten ni padecen y además huelen mal!  Aunque este no huelo mucho. Se ve que fue un muerto bastante fresco.”

 Athelstad apretó los labios y desechó ese pensamiento antes de que saliese de su boca. No era el momento de hacerse el gracioso.

- No nos va a ayudar - repitió

- Lo hará. No te preocupes.

- ¿Cómo estás tan segura?

- Se ha llevado el mapa - Dijo ella con una triste sonrisa.
                                                                -o-

Sunagami llegó al alto de Krasus preguntándose lo mismo que se había estado preguntado todo el camino: ¿Por qué? ¿Por qué Hykram había elegido ese camino?
Sabía que la muerte de Elkam le había dejado destrozado y que las cosas en Terrallende se habían torcido separándolos pero… ¿Por qué? ¿Por qué unirse al traidor?
Suna se acercó a uno de los dos Illidari que guardaban el acceso al campamento. Su aspecto era desagradable con aquellos cuernos, los ojos inyectados en el fulgor de magia vil y sus pieles escamosas  cubiertas de tatuajes.

- ¿Qué buscas mujer? - exclamó este.

- Busco a Hykram VeloNiebla, se encuentra entre los vuestros.

- ¿y quién le busca? - Pregunto el otro con tono amenazante.

- Sunagami – respondió ella sin amedrentarse.

Llevaba un buen rato sentada en el banco, mirando al suelo, sumida en sus pensamientos. Después de tantos años búsqueda y de dolorosa incertidumbre, de no saber si estaba vivo o muero. ¿De verdad se había convertido en uno de esos engendros? Preferiría que estuviese muerto. ¿Realmente lo prefería? No lo sabía. Necesitaba verle. Verle y oírlo de su boca: ¿Por qué?
Oyó su nombre en un susurro. Se levantó de inmediato y allí estaba su hermano, delante de ella. De su cráneo sobresalían unos pequeños cuernos. Llevaba los ojos vendados con una venda de lino. Su piel se había vuelto oscura y áspera cubierta de tatuajes de un rojo intenso.
- Hykram…¿porqué?- Suna fue incapaz de decir otra cosa.

- Creí que… - Hykram tuvo que interrumpirse. Otra vez la dolorosa imagen en su cabeza de él sin poder hacer otra cosa que rozar las yemas de los dedos de su hermana y contemplar cómo ella se precipitaba al vació.

Su demonio interior siempre estaba al acecho para atacarle  e intentar destruirle. Era una lucha constante. Descubrir que las dos  personas que más amaba no estaban muertas le había proporcionadoa su demonio dolorosos recuerdos y emociones que usar como arma. La primera vez le cogió con la guardia baja pero ya no. Hizo una pausa para volver a desterrar al demonio  y continúo hablando con un tono sereno.

- Te di por muerta. No tuve valor para buscar tu cadáver y ver tu cuerpo destrozado contra las rocas. El dolor de haberos perdido a los dos me hizo perder el juicio. Por eso huí. No sé cuánto tiempo estuve deambulando por Terrallende hasta que los Illidari me recogieron. Ellos me enseñaron a transformar ese dolor en furia y me dieron una razón para seguir luchando.

Ella lo miraba sin comprender mientras se tapaba la boca con la mano. Hykram no esperaba otra cosa que no fuera repudio y dio por hecho que no había más que decir. Hizo una pequeña reverencia dando un paso hacia atrás para marcharse.

- Lamento el dolor que te he causado y te pido perdón.

Antes de que él se diera la vuelta, ella le rodeo el cuello con sus brazos y le abrazó con fuerza. No le importó que su piel fuera dura y áspera ni que su cuerpo estuviera tan caliente que parecía febril. Por fin había encontrado a su hermano.

- Te he buscado por todo Azeroth durante años - dijo ella entre sollozos - incluso le pedí a Elkam que te buscara - Se separó de él con suavidad - Él es un exánime. ¿Lo sabes?

Hykram asintió.

- Nos vimos a mi llegada a Ventormenta. Él me dijo que no habías muerto. ¿Pero como...?-De súbito miró hacia el cielo. Se quedo congelado un breve instante, susurró - Demonios.

- ¡Márchate, corre! ¡Busca un lugar seguro! - le grito mientras se alejaba de ella a paso ligero.

El aire vibró y todas las alarmas de Dalaran comenzaron a sonar de forma intermitente. La barrera mágica empezó a levantarse.
Suna se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y se marchó a toda prisa. Tenía que llegar a los establos y poner a salvo a sus bestias. La multitud de civiles que corrían a refugiarse en los bajos fondos le retrasaron la marcha. Cuando ya por fin estaba dejando la muchedumbre atrás alguien la agarro del brazo.

-  ¿A dónde vas? - le increpó Elkam con tono imperativo.

- A los establos, tengo que sacar a mis bestias - respondió ella.

- No. Tienes que dirigirte a refu…¿¡¡Pero qué haces!!?

Sunagami había cogido el mástil de una bandera que adornaba una de las fachadas y le estaba pegando enérgicos tirones hasta que consiguió arrancarla de la pared.

- ¡No iré a ninguna parte sin mis bestias! - exclamo blandiendo el mástil a modo de lanza.

Elkam frunció el seño y resopló, seguía siendo la misma mujer obstinada de siempre.
Después de despachar a varios demonios por el camino, ambos llegaron a una bocacalle que daba a la plaza de los establos. De súbito el aire vibró y una explosión resonó en la plaza. Un infernal había caído muy cerca de los edificios incendiándolos.
Suna quiso ir corriendo al establo pero Elkam la sujetó.

- ¡Está ardiendo! ¡Tengo que sacarlos! - exclamó ella suplicante.

- No puedes acercarte con ese infernal ahí - Elkam observaba la plaza analizando la situación.

- ¡Morirán si no los saco! - hizo el intento de salir corriendo de nuevo.

Elkam la agarro con fuerza del brazo y la empujó contra la pared.

- ¡Sunagami! ¡Si haces que te maten de forma estúpida, te aseguro que levantaré tu cadáver como uno de mis esbirros!

- ¡No serás capaz! - exclamó Suna espantada.

- Ponme a prueba - Respondió él soltándola con brusquedad. La había agarrado con tanta fuerza que le dejó los dedos marcados.

Ella hizo un mohín de indignación y se frotó el brazo dolorido. No hubo más protestas, era consciente de que la situación no daba lugar a discusión.

- Quédate aquí hasta que esté despejado. –Elkam irrumpió en la plaza hojaruna en mano y comenzó a gritar - ¡Eh, monigote verde! ¡Montaña de moco! ¡Ven a luchar con alguien de tu talla!

El infernal comenzó a moverse lentamente hacia el caballero que consiguió captar su atención.
“¡Venga, venga! ¡Muévete maldito!”  La desesperación de Suna crecía viendo como las llamas alcanzaban al establo. Una sombra se movió por el tejado. Su lince había conseguido escapar pero los demás seguían atrapados. No podía esperar más. Los gritos de los animales la llenaban de angustia.  Se acercó con sigilo y entro en el establo. Comenzó a abrir todas las puertas de los recintos. El último en salir fue su lobo que había abierto un gran agujero en su puerta a mordiscos.  Cogió su arco que colgaban de la pared y corrió de nuevo a la plaza con el lobo a su lado. Solo tuvo que dar un fuerte silbido para que su puma acudiera también.
 Fuera, otros combatientes tanto de un bando como de otro se habían unido a la lucha. Suna silbo y señaló a un manáfago. Sus dos bestias se abalanzaron contra el demonio mientras ella disparaba flechas hasta abatirlo. Se lanzo a la carrera para volver a tomar posición. Otro silbido, otro objetivo. Su disparo certero atravesó la garganta del demonio que pretendía decapitar a uno de los defensores.
Se retiró brevemente de la batalla para atender un feo corte que su lince tenía en el lomo. No perdía ojo de la lucha contra el infernal.
Elkam y su hermano luchaban codo con codo como en los viejos tiempos. Vio a Hykram transformase en una oscura figura alada que expulsaba un haz vil por los ojos. Una porción de suelo alrededor de los pies de Elkam se volvió de un rojo ocre como la sangre y toda la vegetación dentro del área se marchitó. Un desdichado roedor que huía entró en el área y cayó fulminado. La descomposición del pequeño cadáver fue inmediata.
“No. No era igual que en los viejos tiempos. Ellos no eran los mismos y nunca volverían a serlo” pensó Suna mientras tensaba su arco con rabia. Esa interminable guerra contra la Legión Ardiente había cambiado sus vidas de forma cruel. Volvió a la lucha disparando con más furia que antes.
Todos los ciudadanos de Azeroth tendrían que pelear para evitar que Sargeras acabara con su mundo. No lo podían permitir. Aprovechar cualquier cosa que supusiese una ligera ventaja era fundamental. Rendirse no era una opción. Y si el mago estaba en lo cierto, ella haría lo posible por hacer notorio el enigma del mapa.

martes, 30 de mayo de 2017

El Sendero de la Furia IX. Clan.



Los tres amigos encararon el sendero que conducía al Trono de los Elementos con alegría. Gromil narraba con todo lujo de detalles su encuentro en el mundo espiritual con el brujo y las hordas demoníacas, mientras su hermana sonreía con aprobación, orgullosa, y Pan´Chok no perdía detalle para poder narrar adecuadamente la historia la próxima vez que recalasen en una taberna.
Había sido toda una aventura, solos y con todo en contra, triunfantes frente a la Legión Ardiente. Era la clase de historia que, con un poco de trabajo escénico y algunos trucos de manos, le valdría buenas cervezas. El Riecráneos asintió satisfecho, mientras buscaba en la lejanía lo que sería el cierre a su historia: el reencuentro con el pariente de otro mundo y época. Sin embargo, lo que vio fue algo bastante diferente a lo esperado.

Un orco gigantesco, tan enorme que podría haber rivalizado en tamaño con el mismísimo Puño Negro, y que hacía pequeños a sus dos acompañantes, se alzaba en medio del camino. Lucía una armadura de evidente calidad y dos espadones desproporcionados, que en sus gigantescos puños parecían extrañamente adecuados. A su lado, hablando con el anciano y pasando mucho más desapercibida, se encontraba una hembra de tamaño más normal, a la que acompañaba un animal extraño que él nunca había visto: era como una especie de sablerón cuadrúpedo y estilizado, con rayas plateadas sobre un espeso y corto pelaje negro.

-Eh, troncos, ¿habéis visto esa cosa? Es como un animal sablerón.
La confianza se desvaneció de repente del rostro de los hermanos, que se tornaron de un color verde pálido. 

- Estamos muertos. - Afirmó Gromil con solemnidad, mientras la montaña verde se acercaba hacia ellos a buen paso.

Pan´Chok miraba maravillado al imponente gigante; había escuchado historias sobre orcos de ese tamaño, pero nunca había visto uno así. Definitivamente, este había sido el mejor viaje de su vida. Tendría la historia más emocionante jamás contada: aventuras, demonios, criaturas exóticas y guerreros gigantes. 

- Hola, soy Pan´Chok, y ellos son...

-Sabemos quién son. - La orca, que vista de cerca era algo más pequeña que Shan´Nah, interrumpió con una voz fría como el hielo, y una mirada que indicaba claramente que lo mejor para él era estarse calladito y al margen. Los dos veloces bofetones que dio a Gromil y Shan´Nah lo confirmaron.
-Estoy muy decepcionado. - El gigante habló con voz apenada.

-Nos teníais muy preocupados. - La mujer gruñó. - ¿En qué diablos pensabais?

-Verás mami... - Comenzó a excusarse Gromil, dispuesto a asumir la culpa de todo el lío que él había comenzado, pese a las protestas de su hermana. Había temido que este día llegaría, aunque esperaba que tardara más.

-Fue mi culpa, yo le hice venir a esta aventura. - Shan´Nah fue más rápida que su hermano, al que lanzó una mirada indicándole que no dijese nada. Gromil siempre había sido el bueno de los dos, el responsable que no se metía en líos; lo mejor era ahorrarles a sus padres esa decepción. El chamán se limitó a mirar hacia el suelo.

-¿Sois conscientes de lo que habéis hecho? - Preguntó el guerrero, en cuya cara se mezclaban la rabia y la decepción más profundas.

- Sí, os hemos dado un susto de muerte e hicimos un viaje sin permiso. - Shan´Nah dudó un segundo y decidió terminar la frase. - Pero hemos salvado Draenor, y hemos traído gloria y honor al Clan.
-¿Qué? - La voz del coloso esmeralda denotó que había dado en hueso con la última frase. - ¡Habéis fallado al Clan! ¡No sólo nos habéis avergonzado a nosotros en frente de todo el mundo, os habéis aprovechado de las debilidades de vuestro tío y habeis fallado a todo el Clan.

-Siento haberte decepcionado papá pero todo eso que dices no tiene sentido. - Shan´Nah protestó enfurecida - El Tito Rosadito es un borracho, si nos escapamos fue porque no estaba vigilándonos es su culpa y el resto del Clan son en su mayoría mercachifles que en su vida han cogido un hacha mas que para talar leña. Deberían aclamarnos.

El Gigante iracundo alzó a la enorme guerrera por el cuello como si no costase, Gromil se lanzó  hacia el brazo de su padre tratando de bajarlo, aunque era inútil. - Ese es tu problema, eres una cabezahueca como lo fue Grito Infernal - Bufó - Un Clan es mucho mas que gestas y logros, un clan no se sostiene sin esos "mercachifles", un Clan cubre los puntos débiles de los demás miembros y un Clan respeta y obedece las órdenes de su lider. Debiste quedarte y mantener a salvo a todo el mundo, es un milagro que al final no haya pasado nada malo.

Shan´Nah cayó de rodillas a los pies de su familia, la rabia podía verse en la cara de la orca que apretaba los dientes y los puños, como si de un momento a otro fuese a saltar y atacar al orco. Sin embargo no pasó nada y el lider de los Lightningblade continuó hablando. -Eres arrogante y egoista, actuas imprudentemente en busca de tu propia gloria. No mereces ser parte del Clan y desde este momento dejas de serlo. Tal vez algún día, cuando seas capaz de pensar en el resto del mundo antes que en ti misma, te ganes el derecho a reclamar tu sitio.

Gromil no sabía que hacer ni que decir, no podía dar crédito a lo que acababa de escuchar. Idnaar, su propio padre acababa de echar del Clan a su hermana, la que siempre había estado mas unida a él de los dos, su favorita. Debían de haberle enfadado de verdad.

-Papá, espera no ha sido culpa de Shan´Nah - Tragó saliva - Yo fui quein quiso viajar para conocer a las Furias y ver si quedaba algo de nuestro Clan en este Draenor.

El guerrero, que ya había echado a andar se detuvo y suspiró, pues se temía que esto podría suceder. - En ese caso eres tan culpable o más que tu hermana al haber dejado que ella cargase con la culpa al principio - Ni siquiera se giró -  Un Clan no puede permitirse cobardes que se escondan cuando las cosas se ponen difíciles. Compartirás su destino. No volvais hasta que no seais dignos.

Gromil por primera vez en su vida no sabía que decir cuando vió a su familia alejarse por el camino dejando atrás a una Shan´Nah completamente derrotada.


-Así que ha ido así de mal ¿eh? - Eidorian, el Tito Rosadito, que se encontraba acostado a la sombra de un árbol se incorporó y palmeo a su gigantesco hermano verde en el brazo - Son chicos fuertes. Estarán bien.

-Tal vez, pero supongo que esperaba no tener que llegar a esto - Una lágrima rodó por el rostro surcado de cicatrices de Idnaar - Esperaba ... No sé que esperaba, otra cosa, pero no me han dejado otra opción. - Radna, tan apenada como su compañero aunque de modo menos visible abarcó con sus brazos todo lo que pudo y le abrazó. El gigantón pasó tristemente, de modo distraido la mano por el pelo de su pareja.

- Idnaar - Zor ´Tek se dirigió a su nieto - Se que es duro alejar a los tuyos de ti, el corazón no siempre quiere lo mismo que el deber nos obliga a hacer. - El anciano pensó unos segundos en su hijo perdido en ambos mundos - Pero todos tenemos una senda que recorrer, a veces es dura pero debemos seguirla con honor. Ayer tus hijos me hicieron sentirme orgulloso, pese a sus defectos son buenos muchachos y les has enseñado bien, pero de seguir a tu lado sabes que sus defectos no habrían desaparecido. -El viejo suspiró y sonrió - Has hecho lo correcto aunque no fuese lo mas fácil, me alegra que mi nieto sea alguien así, tu padre se habría sentido orgulloso. Tienes mucho de él.
Idnaar miró a su recién hallado abuelo algo más aliviado gracias a sus sabias palabras.

Eidorian encendió un cigarrillo ante la extrañada mirada del anciano y entró en la choza donde éste vivía. Radna e Idnaar quedaron solos afuera de la tienda y se miraron con ojos tristes.

- Id, sabes que tienen razón - Radna, normalmente de pocas palabras en cuanto a los sentimientos se trataba hizo un esfuerzo por comunicarse - Les hemos educado durante una vida para valerse por si mismos. Ahora debemos confiar en ellos.

Idnaar abrazó a su compañera y no dijo nada. Era consciente de que tenían razón, era hora de que sus pequeños vivieran sus aventuras y la experiencia les diera forma. Pero a pesar de todo, al pensar en ellos no podía evitar recordar aquellos tiempos en los que viajaba y peleaba con ellos sujetos a un arnés, cuando eran rechonchitos, verdes y blandos, pues en el fondo siempre serían sus pequeños y los quería por encima de todas las cosas. Abrazó con mas fuerza a su compañera durante unos segundos y entraron a la tienda a reunirse con el resto de su familia.

El Sendero de la Furia VIII. En la tormenta



Se alzaron sobre el peñasco y miraron en dirección al valle donde se encontraba el campamento de la Horda de Hierro, o al menos de la parte lo suficientemente estúpida para no darse cuenta de que habían perdido la guerra.

-Son muchos. – Observó el joven chamán, que aún tenía dificultades para digerir la titánica tarea que les habían encomendado: Salvar el mundo.

-Sí. – Shan´Nah asintió.– Será una lucha memorable. – La guerrera estaba mucho más tensa de lo que dejaban entrever sus palabras, pero ella siempre había cuidado de su hermano y debía ser fuerte, o aparentarlo para que él también lo fuese.

-¿Te has preguntado qué pasará si fallamos? – Gromil paseaba los ojos por todo el campamento, nervioso, en busca de algo.

-No fallaremos. – Posó la mano sobre el hombro de su hermano.- Las Furias nos eligieron, llevamos el rayo en nuestros corazones. ¿Qué dice siempre papá?

-¿Golpea como el rayo? – Gromil se extrañó.

-No, lo otro, lo de que mientras tengas a un soldado fiable cubriéndote las espaldas, no hay batalla imposible. – Ladeó levemente la cabeza, pensativa.- Aunque supongo que lo de golpear como el rayo también se puede aplicar aquí.

Shan´Nah interrumpió su comentario al ver unos destellos en el perímetro exterior del campamento. Era su amigo Pan´Chok, indicándoles que había encontrado un lugar por donde colarse al campamento, y por ende, traspasar la barrera mística que impedía actuar a las Furias.

Descendieron hacia el lugar donde se hallaba el Riecráneos con mucho cuidado, y con todo el sigilo que permitía la pesada armadura de Shan´Nah. Pan´Chok, que había escondido su máscara-cráneo y se había agenciado algo de armadura menos llamativa, les esperaba junto a la empalizada de madera.
-Hay un agujero oculto unos metros más adelante, podéis colaros por ahí. Yo me quedaré atrás y me ocupare de mantener segura la salida. Más adelante, hacia la derecha, hay un edificio grande, un almacén. Podréis esconderos ahí para que Gromil haga su rollo espiritual.

Los mellizos asintieron ante lo que parecía un buen plan, y tras golpearse dos veces el pecho a la altura del corazón, partieron hacia su destino.

-Cuando echéis abajo eso, esto va a ser la mayor hoguera de Draenor. – Pan´Chok reía mientras se alejaban en dirección al socavón.

Reptaron por el agujero, que probablemente había hecho alguien para desertar ante las noticias de su derrota, y avanzaron cubiertos por la noche y las sombras que las escasas y tenues antorchas producían.

A pesar de la oscuridad podía verse que el mantenimiento del campamento dejaba mucho que desear, muy probablemente debido a la escasez de número del enemigo. Eso en principio era bueno; parecía que la suerte les sonreía.

Pasaron a toda velocidad frente a una pila de cadáveres de soldados de la Horda de Hierro. Aquellos pobres diablos probablemente eran los que habían decidido que incluso la atrocidad tenía un límite que no estaban dispuestos a tolerar. Buenos orcos, con ideas erróneas y líderes dementes. Shan´Nah gruñó con disgusto, mientras que Gromil, preocupado, apenas les prestó atención.

Llegaron por fin al almacén y buscaron un lugar apartado en donde Gromil pudiera descansar y dejar libre a su espíritu. El chamán se concentró, mientras su hermana se quedaba pendiente de la puerta. Notó como las barreras del reino espiritual y el mundo se debilitaban, dejó atrás la carne y se halló en un lugar muy distinto a aquel en el que había estado.

El paraje espiritual en aquella zona era un páramo corrupto: la energía vil fluía con fuerza, y una gargantuesca muralla, cuya cima no alcanzaba a ver, se alzaba rodeando al campamento. Atados a la muralla se hallaban los espíritus elementales que deberían haber corrido libres por aquella zona, casi agotados por completo, mientras el muro drenaba sus energías para mantener fuera a las Furias.
Gromil se enfureció y deseó tener un arma con la que luchar y liberarlos. Para su sorpresa, unas garras con forma de relámpago aparecieron en sus puños, a juego con una armadura que ahora le recubría el cuerpo. Se observó y vio que estaba más delgado y fuerte de lo que jamás había estado; era la viva imagen de su padre. 

Sonrió al comprender las normas que regían este mundo: aquí, la fuerza del espíritu y la voluntad daban forma al mundo, y si algo había adquirido tras una vida de guerras y dificultades, era eso exactamente.

Se concentró y lanzó una poderosa descarga de rayos contra la muralla. Las cadenas que ataban a los elementales se rompieron y les permitieron huir por el páramo. El muro se había agrietado un poquito, sin los elementales era más débil. Cargó sus puños con la fuerza del rayo y descargó un golpe tras otro contra el muro. Si lograba abrir tan sólo una brecha, restauraría el flujo de energías y las Furias podrían actuar.

Unos ruidos cercanos a la puerta captaron la atención de Shan´Nah, que se escondió tras unos cajones cercanos a la puerta; saltaría sobre el que quiera que viniese y lo mataría sin piedad.

-¡Vamos, pequeña golfilla, voy a enseñarte lo que es un orco de verdad! – Dijo una voz ronca y evidentemente ebria al otro lado de la puerta. La orco maldijo, quien quiera que fuese traía a una mujer consigo, y a juzgar por sus palabras, sus intenciones no eran nada buenas.

Tal vez fuese una esclava capturada de entre los orcos que se les resistieron, o incluso por repugnante que resultase, una draenei. Esperó hasta que el macho había dado unos pasos hacia el interior y se abalanzó sobre él, enarbolando sus espadas. Un tajo limpio separó la cabeza del bribón antes de que siquiera pudiera darse cuenta de que estaba pasando.

-Tranquila, este malnacido ya no…- Un chillido desde el umbral interrumpió las palabras de Shan´Nah, seguido por una llamada a los guardias a pleno pulmón. Se quedó paralizada unos segundos por la sorpresa: no esperaba que la chica fuese a reaccionar así, debería habérselo agradecido. Esos escasos segundos fueron más que suficientes para que la chica echase a correr hacia el poblado.

Maldijo sus buenas intenciones y comenzó a correr tras ella. Ya sabían que estaba allí, así que mejor que la encontrasen lejos de su hermano. Tenía que ganar tiempo.

El muro comenzaba a estar bastante fracturado; Gromil habría estado sudando si en forma astral se sudase. A través de las grietas podía percibir las energías de Draenor filtrándose lentamente. Un poco más y podría lograr que el equilibrio se restableciera.

Alzó el puño con fuerza para descargar otro golpe sobre el impío muro de negra sustancia, cuando de repente sintió una fuerte embestida desde su lateral, que le lanzó varios metros en la distancia.
-Vaya, vaya… - Un brujo, enfundado en un siniestro hábito, se alzaba en la lejanía con la punta de su bastón aun humeando energía vil. – Creí que habíamos acabado con todo vuestro maldito Clan.
Gromil se quejó mientras se levantaba y se llevó la mano al costado, donde la quemadura de magia vil aún ardía. – ¿Tú mataste a los Lightningblade? – Preguntó, preparándose para el combate.
-Nosotros lo hicimos. Aniquilamos a esos obtusos incapaces de ver la gloria de la Horda de Hierro. Un precio pequeño a pagar a cambio de todo este poder. – El brujo rió y lanzó una potente descarga de caos en dirección al joven chamán, que salió despedido hacia atrás, a pesar de haberse cubierto con las garras y alzado un escudo de relámpagos.

Gromil no dijo ni una palabra más; se levantó rápidamente y se lanzó a la carga contra el brujo. Un fiero golpe con las garras impactó en el pecho del malvado, rasgándole con un sonido similar al del trueno. Un rápido golpe del bastón a la mandíbula del joven orco dejó claro que el brujo no dependía únicamente de la magia, pero tampoco Gromil lo hacía de su poder físico.

Entrechocó las garras mientras convocaba el poder del rayo y creó una potente explosión que lanzó al brujo contra la sección agrietada del muro. Se abalanzó sobre él con velocidad, y agarrándolo por el cráneo con su enorme mano, estrelló su cabeza una y otra vez contra el muro resquebrajado, por el que cada vez se filtraba más del mundo exterior, aunque aún sin ser suficiente. Soltó al brujo con el cráneo destrozado, y aunque agotado, alzó el puño para terminar lo que había empezado. Golpeó con todas sus fuerzas en el mismo momento en el que una salva de bolas de fuego impactó en su espalda y lo derribó.

Dolorido, se giró a duras penas para contemplar a sus agresores: una enorme manada de diablillos que se carcajeaba de su penuria. Miró a la grieta, pequeña pero brillante, y se apoyó en el muro para levantarse. Pensó en su padre y cómo nunca se rendía, en busca de fuerzas para luchar; tal vez su hora había llegado, pero iba a afrontarla con honor y eliminando a cuantos demonios pudiese. Rugió con fuerza y se lanzó para enfrentar a los enemigos.

Shan´Nah presentaba numerosos cortes, y casi una decena de orcos yacían a sus pies. Los enemigos eran muchos, casi infinitos a sus ojos, pero eran torpes y ella necesitaba ganar tiempo para su hermano y las Furias. El encantamiento de las armas, fuera cual fuese, daba buen resultado: las armas se sentían más ligeras, como si fuesen una prolongación de ella misma; cortaban las armaduras como si fuesen mero papel y los enemigos cada vez temían más acercarse a ella.

Un perímetro de orcos la rodeaba, aunque ninguno se atrevía a enfrentar a aquella coloso bañada en sangre propia y ajena. Parecía que iba a tener un respiro, pero fue entonces cuando lo vio, abriéndose paso a empujones entre la multitud, alzándose a más del doble de altura de la propia Shan´Nah: un gigantesco guardia vil.

El demonio llegó frente a ella y sin mediar palabra lanzó un poderoso hachazo que Shan´Nah esquivó con la maestría que sólo una vida de combates puede dar. Ella había nacido para luchar por su Clan, y eso se notaba. Lanzó una estocada en dirección al monstruo, que la repelió de una patada con su pesada bota metálica, que por la potencia del golpe bien podría haber sido un mazazo. La orca, de espíritu indomable, se levantó y lo intentó de nuevo, sólo para ver su ataque rechazado una vez más, y esta vez recibir un golpetazo del mango del hacha. Un tajo en plena espalda, mortal de no haber sido por la excelente armadura, terminó de derribarla.

El Guardia Vil la alzó del cuello, malherida, y la exhibió frente a los otros orcos como muestra inequívoca del poderío de la Legión Ardiente.

Gromil luchaba con fiereza; los rayos surcaban el reino espiritual electrocutando a los diablillos a velocidades pasmosas. Muchos caían a cada segundo que pasaba, pero por cada uno, tres más ocupaban su lugar. El joven orco estaba agotado por el esfuerzo y los numerosos impactos recibidos, no podía más. Se desplomó e hincó la rodilla en el suelo, esperando el golpe que acabaría con él.
Esperaba encontrarse la visión de un diablillo carcajeante al alzar la cabeza; sin embargo, en su lugar lo que vi fue un enorme lobo espiritual que comenzó a despedazar a los diablillos restantes. 

Esperanzado por este nuevo e inesperado aliado, Gromil se levantó como pudo. Miró hacia la grieta, que se había hecho algo mayor durante el combate. Tal vez si el lobo había podido cruzar la abertura, a través de ella él podría reunir poder suficiente para un último y devastador ataque.

Gromil dejó que el lobo mantuviese la batalla a raya, cerró los ojos y respiró con calma. Se concentró en el mundo que le rodeaba más allá de la barrera y entró en comunión con el agua, la tierra, el aire y las llamas; trató de percibir cada mota de polvo llevada por el viento, las chispas que surgían de la tormenta, cada gota de agua. En ese momento Draenor era él y él era Draenor. Ya no sentía dolor ni agotamiento, sólo la furia de una tierra mancillada.

Abrió los ojos, brillando con energía, y descargó su furia en forma de rayo sobre la ya dañada muralla, que estalló en pedazos, permitiendo que las energías de Draenor penetrasen como un torrente, barriendo a los diablillos y la corrupción.

Shan´Nah esperaba el momento en el que la bestia terminaría con ella. Había fallado a su hermano, a las Furias y a Draenor al completo. Sintió una lágrima caer por su mejilla, y entonces escuchó el trueno que anunciaba la tormenta; aquello no había sido una lágrima: comenzaba a llover. Sacó fuerzas de su interior, que creía agotadas por completo, y en un rápido movimiento desenfundó un pequeño cuchillo de su cinturón y lo clavó en el ojo del guardia vil.

El gigante rugió de dolor, herido también en su orgullo al haber sido dañado por aquella orca insignificante. La lanzó contra el suelo y atacó enarbolando su pesada hacha. Eso era exactamente lo que Shan´Nah pretendía: rodó por el suelo nada más tocar tierra y logró esquivarle con facilidad, desplazándose hacia el lugar donde habían caído sus espadas. Recogió las armas, que ahora brillaban en un azul intenso y despedían pequeños rayos y saltó por el aire en dirección al flanco del monstruo con ambos espadones en alto, dispuesta a asestar un golpe definitivo. 

Impactó con todas sus fuerzas. 

-¡Golpea como el rayo! – Gritó, mientras las espadas rebosantes de electricidad, produciendo un sonido semejante al trueno, se hundían en la carne del demonio y lo convertían en un cadáver humeante.

La guerrera, completamente cubierta de sangre y barro, miró a los aterrorizados orcos mientras la tempestad arrasaba todo a su alrededor. 

– Soy Shan´Nah, del Clan Lightningblade, y os desafío a que me ataquéis, perros adoradores de demonios, ¡pues las Furias me han enviado aquí a traeros muerte! – Los allí presentes corrieron por sus vidas, temerosos de la ira que habían desatado.

Gromil despertó con Pan´Chok a su lado y vio el cadáver de un guardia un poco más allá.
-¿Qué ha pasado? – Preguntó, desconcertado.

-Ése vino mientras dormías. – Pan´Chok sonreía, visiblemente emocionado. – Tu hermana montó un jaleo tremendo en medio del pueblo, y cuando lo escuché me vine para aquí. Supuse que me necesitaríais. Luego te vi así y decidí que era mejor quedarme contigo.

Gromil se incorporó, algo mareado, y puso la mano en el hombro de Pan´Chok. – Gracias, amigo.- Trató de esbozar una sonrisa.- Busquemos a Shani y salgamos de aquí.

-Claro, tronco, la habéis liado buena. – Ayudó a caminar a Gromil, que exhausto, apenas podía moverse.- Primero el jaleo, que duró un rato, y de repente ¡zas! y ¡bum! Empiezan a caer rayos que prenden las chozas y todo arde, y el viento huracanado derribando torres de vigilancia, ¡y hasta hubo temblores! - Pan´Chok se carcajeaba al hablar de toda la destrucción.

Los dos amigos salieron por la puerta del almacén, que parecía ser el único edificio intacto, a las ruinas humeantes de lo que otrora había sido el campamento. Los cadáveres de los orcos que allí se habían reunido sembraban las calles. Si alguno de ellos había escapado de allí, era seguro que no volvería a querer meterse con las Furias.
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jueves, 19 de enero de 2017

Elkam: Caballero de la espada de ébano

Elkam Plenilunio

Elkam se envolvió en su capa para protegerse del frio de la noche, añoraba los cálidos bosques de Vallefresno, su tierra natal. El invierno se acercaba y las noches eran cada vez más gélidas.  Cruzó el patio en dirección a la torreta  este. No hacía mucho que lo habían nombrado capitán de la guardia de aquel puesto fronterizo.

Elkam era alto y ancho de espaldas como la mayoría de los guerreros de Darnasus. Portaba a la espalda dos espadas. Sus hojas eran largas, estrechas y muy afiladas. Ligeras de manejar, flexibles y a su vez extremadamente resistentes. Se las había comprado a un vendedor ambulante tras mucho insistir y muchas cervezas. El comerciante  contó que esas “Katanas”, así  las  llamó el tipo, habían sido forjadas en tierras ignotas y eran piezas extraordinarias. Sin duda lo eran para el guerrero elfo.
Al llegar a lo alto de la torre, el vigía allí apostado lo saludo con respeto.

- ¿Alguna novedad?- preguntó Elkam

- No capitán, aunque parece que tendremos niebla esa anoche.

El capitán escrutó el horizonte y observó  como la bruma que se formaba parecía avanzar hacia ellos. Volvió a bajar y ordenó que cerraran las puertas.

La temperatura bajo de forma súbita. Finos copos de nieve empezaron a caer. Elkam los contempló con fastidio y maldijo para sí. Oyó a su espalda que alguien le llamaba. Era su hombre de apoyo y mejor amigo Hykram.

- He pensado que te vendría bien algo caliente- le ofreció un tazón de caldo humeante.

- Lo que realmente me sentaría bien es el calor de los muslos de Suna- Contestó con nostalgia.

-¡No hables así de mi hermana!- exclamó Hykram enfadado.

Elkam se echó a  reír; le divertían los celos de “hermano mayor” que le entraban a su amigo cada vez que hablaba de su relación con ella.

-No he dicho nada malo. Es la verdad- El guerrero no paraba de reír ante la cara de irritación de su amigo.

-¿No te había mandado a paseo? ¡Olvídate de ella!

Elkam dejó de reír y torció el gesto, se llevo la taza a los labios- Cambiará de parecer cuando vuelva a Darnasus.

Hykram abrió la boca para seguir con la reprimenda pero la cerró de pronto. Los dos amigos se miraron alarmados, ambos lo habían oído: el sonido inconfundible del silbar de una flecha, el impacto y el golpe sordo de un cuerpo al desplomarse.

De inmediato la campana de alarma de la torre oeste comenzó a sonar, segundos después otra flecha la hizo callar.

-¡Ve a la torre! ¡Corre!- Le ordenó Elkam mientras salía disparado a dar la voz de alarma.

Hykram subió los escalones como un rayo. Al llegar arriba vio a su compañero centinela muerto. Una flecha le había entrado por debajo de la mandíbula  atravesándole el cráneo. Se asomó con cautela y gracias a su aguda visión pudo distinguir a todo un batallón moviéndose torpemente entre la inusual niebla muy cerca de las puestas.

Algo se movió a su espalda, se giró rápidamente. Contempló horrorizado como el centinela se levantaba. Era imposible que alguien con semejante herida estuviera vivo. El soldado muerto sacó la espada de su cinto y lo atacó. Hykram lo esquivó por poco, la conmoción casi le tenía paralizado. El centinela volvió a la carga y esta vez casi logró  su objetivo alcanzándole en un brazo. Era difícil moverse en un espacio tan reducido. Hizo otra finta agarrando al soldado por el brazo empujándolo contra una de las vigas.  Sacó su daga y se la clavó en la espalda sin ningún resultado. ¡Qué idiota, no se puede matar lo que ya está muerto! Ese funesto pensamiento le bloqueaba. Oyó a Elkam en el patio gritando órdenes. El jaleo le sacó de su estupor justo a tiempo para aprovechar la inercia de su atacante y tirarle por la baranda abajo.

En la otra torreta, el centinela también con una flecha mortal atravesándole la garganta, estaba en píe disparando contra sus compañeros del patio con puntería mortífera.

-¡Abatidle, maldita sea!- gritó el capitán Elkam a los desconcertados arqueros.

El centinela de la torre este, sin duda debía ser víctima de algún hechizo de control de masas, o al menos eso pensaron. Había abatido a los soldados apostados en la puerta norte del fuerte y a los compañeros que habían subido a detenerle.  Por más flechas que le clavaban este no parecía cejar en su empeño asesino.

Hykram llegó corriendo a la posición de su capitán. El tremendo sprint le había dejado sin aliento.

-Enemigo a las puertas- pudo decir mientras intentaba recuperar el resuello.

-¿Cuántos son? ¿A qué distancia?- le apremió Elkam.

-Elkam…..el centinela…..muertos…..se levantan- Hykram intentaba hablar entre jadeos.

Elkam lo miró sin comprender; de pronto un soldado gritó “¡Capitán, las puertas!” Dirigió la mirada hacia ellas y comprendió de inmediato lo que quería decir su amigo: Los soldados que hacia escasos momentos yacían muertos sobre la fina capa de nieve se habían levantado y comenzaban a abrir las puertas del fortín.

-¡Detenedles, deprisa!- Su reacción fue rápida, desenvainó sus dos katanas  y salió de su parapeto sin importarle que el centinela poseído siguiera lanzando flechas- ¡Quiero un grupo de arqueros en cada atalaya! Hykram, acaba con ese bastardo de la torre. ¡¡Defended las puertas!! ¡¡Moveos!!

Nada podía haber preparado a aquellos soldados de la Alianza para enfrentarse a semejante enemigo.
 Las puertas cedieron y dieron paso a un ejército de cadáveres andantes en diferentes grados de descomposición. Alguno no eran más que huesos unidos por jirones de carne seca. Su mera visión era perturbadora.

La primera carga fue brutal. Muchos defensores cayeron incapaces de reaccionar ante tan horrenda visión. A pesar del desconcierto inicial los soldados lucharon con fiereza frenando la incursión del enemigo en el patio.

-¡¡No vaciléis!! ¡¡Desmembradlos!!- Las katanas de Elkam cortaban los cuerpos putrefactos como si fueran mantequilla.  En seguida se había dado cuenta que era la única manera de pararlos.

A medida que luchaban el caos empezó a apoderarse de la vanguardia de defensores. Los soldados caídos se levantaban y combatían contra sus compañeros vivos. Un golpe devastador para las fuerzas defensoras. Por cada soldado de la Alianza que moría, el ejército profano ganaba un nuevo combatiente.

Un asaltante esqueleto se abatió sobre el capitán. Con una finta lo esquivó cortándole un brazo con una katana y con la otra le cortó las piernas. Sin perder tiempo pisó el brazo del cuerpo desplomado que aún se agitaba furioso y de una patada se lo arrancó.

Sus hombres perdían terreno con mucha rapidez. Por más enemigos que derribaban no parecía hacer mella entre los atacantes.  No había más opción que resistir y ganar tiempo.

Buscó a Hykram entre los combatientes.  Lo llamó a gritos mientras corría hacia la torre de vuelo.  Los dos se encontraron a los pies de la torre y se refugiaron dentro.

-Quiero que cojas el vuelo y alertes al bastión - le apremió Elkam.

-¡No! ¡Yo me quedo contigo!-Hykram rectifico ante la hosca mirada de Elkam- Quiero decir…que puede hacerlo cualquier, yo soy más útil en combate y lo sabes. ¡Déjame luchar contigo¡

No le faltaba razón y el guerrero elfo lo sabía. Hykram era más bajo y delgado que el resto pero lo suplía con creces con su tremenda agilidad y celeridad.  Era tan sigiloso y letal con sus dagas como una serpiente.

Elkam miró hacia fuera mientras Hykram seguía suplicándole que le dejara luchar a su lado. Volvió a sopesar la situación. Les estaban masacrando. El ataque inicial había dejado a sus hombres sin capacidad de reacción y la intensa lucha les estaba llevando al límite de sus fuerzas. Él mismo estaba exhausto y malherido. La hoja de sus espadas se habían roto por la mitad aunque todavía conservaban el suficiente largo para ser mortales.

Pronto acabaría todo.

- No es momento para cuestionar mis órdenes- su tono fue tajante-¡Vé!

-Si tu mueres yo muero contigo- Quiso decir Hykram,  quiso decirle muchas cosas pero lo único que salió de su boca fue “Si capitán”

Hykram llegó a la plataforma de vuelo donde el hipogrifo graznaba y coceaba alterado por la contienda y los olores a sangre y muerte. Tardó un buen rato en calmar al animal y conseguir ponerle la silla, entonces reparó en que se había hecho el silencio. Le dio un vuelco el corazón y se asomó.

El combate se había de tenido. Solo quedaban en el patio el capitán y puñado soldados rodeados por la horda de cadáveres y Al frente el comandante de las huestes seguido de otro de igual aspecto; Un caballero vestido con una armadura negra adornada con calaveras y colmillos. Contempló al reducido grupo que no cedía en su empeño de defender el paso. Levantó un brazo en dirección al grupo y una mano invisible agarró a Elkam por el cuello y lo levantó en el aire. Los soldados se lanzaron a defender a su capitán pero no tenían la menor oportunidad. Fueron aniquilados.

El siniestro caballero se acercó con parsimonia mientras desenvainaba su acero. La espada brilló con los primeros rayos del sol haciendo que las runas inscritas en su hoja refulgieran con más intensidad. Y sin más miramiento atravesó con ella el pecho del elfo que seguía luchando por soltarse.

-Admirable- dijo el caballero de la muerte sin ningún rastro de emoción en su voz. Observó como el guerrero exhalaba su último aliento en el suelo y su sangre teñía la nieve de rojo.

- Llevad a este al bastión de Ébano. Lucha bien.

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