viernes, 18 de diciembre de 2015

El Sendero de la Furia VII. Golpeados por el rayo



El viejo chamán observaba calmado el camino. Era una mañana como otras tantas en Nagrand: el sol calentaba su vieja y curtida piel con fuerza, mientras la brisa suave mecía su larguísima barba. Sin embargo, sus viejos huesos habían percibido una agitación inusual en los elementos: No iba a ser una mañana cualquiera.

Esperó durante horas al borde del camino, y cuando la mañana comenzaba a dar paso al mediodía, se levantó para poner rumbo a su humilde cabaña y calmar el hambre. No vio venir a los tres extraños al fondo del sendero, sus ojos ya no eran lo que habían sido, pero sin duda alguna sabía que se acercaban. Los espíritus elementales que se arremolinaban en torno al Trono de los Elementos, atraídos por la energía de las furias, bullían con excitación ante la presencia de los jinetes. El viejo se plantó en mitad del camino y se irguió todo lo que su maltrecha y achacosa espalda le permitía, lo que, pese al cayado que necesitaba para mantenerse en pie, conformaba una imagen bastante intimidante. 

–Saludos, viajeros, mi nombre es Zor´Tek y sirvo a las furias. ¿Quiénes sois? – El viejo examinó con sus ojos casi ciegos a los recién llegados. Habría jurado que dos de ellos, además de enormes, aunque no tanto como él, eran verdes. Sus ojos sin duda ya no eran de fiar.

-Mi nombre es Shan´Nah, Hija de Idnaar del Clan Lightningblade. Ellos son mi hermano Gromil y Pan´Chok de los Riecráneos. 

Pan’Chok saludó animado con la mano, a pesar de que era evidente que el viejo chamán probablemente ni vería el gesto. Al percatarse de esto, comenzó a hacer formas con sus manos: primero un roc, luego un lobo, mientras se esforzaba por contener la risa. Gromil, irritado por la falta de respeto al anciano chamán, propinó un puñetazo en el hombro al Riecráneos, que cogido con la guardia baja se cayó de su montura. 

-Estoy viejo y mis ojos ya no son lo que eran. - El anciano sonrió. – Pero veo suficiente como para percatarme de tus tonterías, Riecráneos.

-Discúlpale, a veces hace estas cosas. – Gromil trató de congraciarse con el anciano.

-No importa. – El chamán hizo un gesto con la mano, restando importancia al suceso.- Así que hijos de Id´Naar del Clan Lightningblade. Es un nombre que siempre le gustó a mi difunta compañera para sus nietos. Por desgracia, nuestro Graz’kar ya no vivirá para darnos nietos, ni ella estará aquí para verlo.- El rostro del anciano se ensombreció.

-Es Idnaar, todo junto. – Corrigió Gromil, a pesar de que había atado cabos rápidamente y sabía lo que las palabras del anciano significaban para ellos. Estaban en presencia de su ancestro. – Hemos venido a ver a las Furias.

- Lo sé, joven, los elementos están inquietos. – El viejo echó a andar por el camino. – Seguidme, sólo tú y tu hermana.

Pan´Chok iba a protestar pero se lo pensó mejor. Las Furias eran entes muy poderosos, y nunca salía nada bueno de tratar con ese tipo de poderes. Sin duda, la siesta a la sombra sería mucho más productiva.

Gromil tenía un nudo en el estómago: conocer a su antepasado era ya de por sí toda una ocasión, pero las Furias eran palabras mayores. Incluso su hermana, mucho más tensa de lo normal, estaba evidentemente nerviosa. Sin embargo, el viejo caminaba calmado y sereno, sin miedo.

Fueron conducidos hasta el centro del círculo de piedras, donde tres de las Furias se alzaban imponentes, enormes y aterradoras, mientras que un joven elemental de tierra ocupaba el lugar de la Furia de Tierra. El daño hecho por la Horda de Hierro comenzaba a sanar.

Shan´Nah no sabía qué hacer. Ella era una simple guerrera. Nunca había pensado que estaría ante aquellos seres y no sabía cómo comportarse; la grandeza de los elementales le hacía sentirse insignificante. Aquellos seres eran Draenor, y ella una simple orco. No se atrevió a mirarles directamente, y clavando sus armas en el suelo se arrodilló ante los majestuosos entes. Gromil, sin embargo, reunió el valor para quedarse de pie frente a las Furias, pues él era el chamán de su Clan, había sentido la llamada de las Furias desde que había puesto el pie en Draenor por primera vez, y pensaba averiguar el porqué.

-¿No te arrodillas, Gromil? – Kalandrios, la Furia de la tormenta preguntó, con su voz formada por el crepitante chisporroteo de la electricidad.

-No, vosotros me habéis llamado. – Tragó saliva, tratando de aparentar estar más convencido de lo que realmente estaba. – Tengo una teoría: vosotros me habéis traído hasta aquí, habéis obrado a través de mí. Mis poderes no son tan grandes como todo lo que he hecho últimamente. Queréis algo de mí, de nosotros. – Miró directamente a Aborius, la Furia del agua y responsable de la restauración, y con casi total seguridad de que su hermana no estuviese muerta.

Incineratus rió con un crepitante sonido como el de las ascuas al saltar. – Tenías razón, el muchacho es inteligente y el fuego arde en el espíritu de su hermana. Nos servirán bien. Levántate, chiquilla.- Shan´Nah obedeció.

-Os hemos ayudado porque tenemos una misión para vosotros.- La voz de Aborius era suave y calmada, como la corriente de un arroyo.

-Se avecina tormenta. – La atronadora voz de Kalandrios interrumpió la explicación de Aborius. – El destino os hizo aparecer en nuestro mundo justo en el momento adecuado, pues Zor´Tek es todo lo que queda de los Lightningblade, y aunque nos sirve bien, no está en condiciones de enfrentarse a lo que viene

-Gordawg, mi anterior encarnación, se corrompió por la obra de Cho´Gall. – El pequeño elemental de tierra hizo una pausa, admitir aquello no era agradable. – Fue destruida por héroes de vuestro mundo para sanar el nuestro y permitirme renacer en esta nueva forma. Sin embargo, las enseñanzas de Cho´Gall no se han perdido: su impía magia aún permanece, y hay quienes pretenden utilizarla contra nosotros de nuevo.

- ¡No podemos permitirlo! ¡Todos los restos de esa Horda de Hierro deben arder, volver a la tierra en cenizas! – La Furia de Fuego estalló, iracunda.

-Lo que Incineratus trata de decir es que la Horda de Hierro, o más bien la Horda Vil, ahora está fragmentada y desesperada. Sabemos que traman usar ese poder de nuevo contra nosotros sin importar el precio que el mundo deba pagar. Sin embargo, no podemos hacer nada. Necesitamos que seáis nuestros agentes en esta misión, pues tienen magia poderosa que nos impide actuar directamente.

-Existe una barrera de magia impía en el mundo espiritual que les protege de nuestro poder. – La Tormenta habló. – Necesitamos que paséis la barrera en el mundo físico, y una vez allí la derribéis desde dentro en el mundo espiritual.

-Lo haremos. – Se apresuró a decir Shan´Nah. – Aunque no entiendo bien cómo puedo ayudar yo en toda esta cosa mística.

-Tú deberás proteger a tu hermano mientras está en forma astral derribando la muralla en el reino del espíritu. – La pequeña Furia de tierra explicó.

-Pero yo allí dentro no tendré poder, habéis dicho que vosotros no tenéis poder una vez pasada la barrera. – Gromil trataba de procesar toda la información.

-Sólo aquellos con el Rayo en sus corazones… podrán enfrentar a la tormenta. – Dijo Zor’Tek, sin dirigirse a nadie en particular. - ¡Eso es! El viejo dicho de nuestro Clan es más literal de lo que parece. –Dos rayos descendieron sobre las espadas de la joven guerrera, que adquirieron un brillo azulado en el nervio central como única respuesta.

Shan´Nah recogió sus armas y sintió una conexión instantánea con ellas, como si de algún modo las armas estuviesen ahora vinculadas a su misma esencia y fuesen una prolongación natural de su brazo. Miró a su hermano y asintió.

-Haremos lo que nos pedís. – Gromil hacía gala de una resolución como nunca antes se había visto en él, que hacía a su hermana sentirse orgullosa. – Derribaremos la barrera.
-Id pues, Hijos del Rayo, Draenor cuenta con vosotros. – La Furia de agua los despidió.


Caminaron por el sendero, alejándose del círculo de piedra junto al anciano, en silencio, hasta que éste decidió hablar.

-Sois forasteros de otro mundo, un mundo diferente.– Hizo una pausa.- El Clan allí nunca fue destruido, ¿verdad?

-En realidad sí, la Legión lo hizo. – Respondió Shan´Nah, con escasez de tacto.

- Y vuestro padre Id´Naar…

-Idnaar. – Se apresuró a corregir Gromil. – Es hijo de Grazkar. Él y nuestra madre fueron los últimos de los nuestros. Han hecho un gran esfuerzo por reformar el Clan.

El anciano, con lágrimas en los ojos, abrazó a los dos jóvenes orcos. 

-Si se parece en algo a vosotros, debe ser un orco formidable. Graz´Kar se habría sentido orgulloso.
Shan´Nah y Gromil devolvieron el abrazo al enorme chamán. Al fin tenían lo que tanto ellos como sus padres habían buscado durante toda su vida: respuestas sobre su Clan, y una familia.

lunes, 14 de diciembre de 2015

El sendero de la Furia VI. Seguir adelante



El viaje había sido largo pero había valido la pena. Una vez que Pan´Chok los había sacado de aquella selva donde casi mueren, todo había sido coser y cantar. Talador estaba terriblemente tranquilo. Tras meses de asedio demoníaco a Shattrath, la Horda de Hierro se encontraba dispersa y había sido obligada a replegarse a Tanaan. La región disfrutaba de una paz que no había conocido en mucho tiempo.

Cruzarla había sido fácil, incluso agradable, a pesar de las bromas y chistes siniestros del Riecráneos, que de vez en cuando aún incomodaban a ambos hermanos. La tranquilidad y unos días de reposo habían obrado milagros, y permitido que Shan´Nah recuperase la salud y pudiera viajar a un buen ritmo de nuevo.

La guerrera lucía orgullosa los nuevos pertrechos que su hermano y Pan´Chok le habían conseguido, e incluso había logrado que ganasen suficiente dinero, gracias a las apuestas en combates contra algunos de los más veteranos guerreros que Orgullo de Vol´jin podía ofrecer. Shan´Nah estaba recuperada por completo; lejos quedaba ya el cuerpo roto y maltrecho al final del barranco, de la joven pendenciera que ahora bebía cerveza con curtidos veteranos y presumía de gestas que levantaban orgullosos aplausos entre los más viejos. “Así deberían ser todos los críos de hoy”, había dicho uno, antes de pasar a quejarse de los orcos practicando hechicería. 

Gromil era feliz; no sólo su hermana estaba sana y a salvo, sino que la historia de los muertos vivientes que Pan´Chok había narrado, había sido también un éxito, a pesar de que le habían acusado de exagerar en la última parte.

Un orco gargantuesco, manco, y borracho como una cuba se acercó a Gromil y lo examinó de arriba abajo.

-No pareces tan duro…- El manco miró fijamente a los ojos al chamán, que veía venir la pelea. – Pero les enseñaste a esas cosas a no subestimarte. – Le dio un par de palmadas en exceso efusivas y dolorosas en el hombro. - ¡Bien hecho, chaval, tu Clan estaría orgulloso! Una pena que los Señor del Trueno se los cargasen.- Como si fuera repentinamente consciente del triste hecho, agarró a Gromil con su brazo bueno y lo abrazó, bañándolo en cerveza. Pan´Chok, ante la escena, no pudo más que partirse de risa.


A la mañana siguiente compraron unas monturas con las ganancias que no se habían gastado bebiendo con los veteranos (que para ser justos, habían invitado a decenas de rondas), y partieron con una resaca que les hacía desear haber sido pasto del genosaurio.

La conversación no era muy amena; cansados y sin sentirse muy bien, cabalgaban en silencio, aunque eso al menos le daba tiempo a Gromil para pensar. El orco manco había dicho que los Señor del Trueno habían destruido a su Clan en este mundo. Era algo sorprendente, ya que en el mundo de donde venían ellos, habían sido aliados de su gente. En este nuevo mundo, la aparición de Garrosh lo había echado todo a perder.

Maldijo a Grito infernal, padre e hijo por igual, y elucubró cómo unos reforzados Señor del Trueno debían haberse olvidado de las alianzas forjadas, y tratado de absorber en su seno a los demás clanes. Los Lightningblade, si su abuelo se parecía en algo a Idnaar o a su hermana, se habría negado a ser un vasallo de nadie. Negó con la cabeza; el pobre bastardo no debía ni de saber lo que se le venía encima: la tecnología, la muerte sin honor con las armas de guerra goblins, las tácticas deshonestas, el modus operandi de la Horda de Hierro: victoria a cualquier precio. Todo aquello era simplemente despreciable.

Maldijo su suerte, pues en alguna parte de su interior había creído que tal vez en este mundo hallaría un Clan del que aprender, una familia grande y fuerte, tal y como las historias contaban. Uno que cuando les conociesen, les creyesen dignos, y en el que Idnaar podría por fin escuchar de labios de su padre cómo se enorgullecía de todo lo que había hecho.

Respiró hondo, apesadumbrado, y miró a la lejanía: pronto estarían en Nagrand. Tal vez no conocería a su Clan en persona, pero seguramente la Furia de la tormenta podría darle el conocimiento necesario para recuperar las tradiciones del mismo, y así enorgullecer a su padre y ancestros. Tanto en su mundo, como en este.

El sendero de la furia V. La noche de los ladrones de cuerpos.



Gromil resopló con fuerza. Su hermana, a pesar de no llevar la destrozada armadura, cuyos restos yacían ahora en la orilla del río, pesaba una tonelada. Recordaba las muchas veces que ella había cargado con él, como por ejemplo en su primera borrachera, o cuando aquel grupo de chavales trols le habían dado una paliza por bocazas. Shani había hecho que aquellos tres desearan no haber puesto un dedo sobre Gromil, y encima lo había cargado hasta casa, a pesar de que ella también se había llevado su parte.

Gromil se preguntaba cómo una orco sin un gramo de grasa podía ser tan pesada. ¡Él estaba gordo y ella lo había llevado decenas de veces como si no pesase! Decidió que al volver a casa debía comenzar a escuchar más a su padre y hacer algo más de trabajo físico. Siempre había pensado que la mayoría de las cosas que decía su padre sobre el ejercicio eran porque era ignorante y no había conocido otra cosa en la vida. Él era mucho más listo y compadecía a su familia en ese aspecto, incluso a su hermana, que tenía bastante más cultura que el orco promedio a pesar de ser una bruta cabezota.

Hizo una mueca y ladeó la cabeza levemente. La cabezonería y el mandonismo eran obviamente herencia de las mujeres de su familia. A veces se preguntaba si sin su madre tras el trono, Idnaar habría logrado ser un líder respetado. En el fondo sabía que el carácter brusco de Radna completaba de algún modo al carácter noble y amistoso de su padre.

De todos modos, Idnaar seguía siendo un gran guerrero; era un luchador fiero y astuto a pesar de su escasa educación. Los fosos de gladiadores habían sido excelentes maestros en ese aspecto. Probablemente de esos mismos fosos en donde nadie les ayudaba, era de donde provenía la inclinación de su padre a ayudar a todo el mundo desinteresadamente. Realmente tenía muchas cosas admirables; si tan sólo hubiese sido algo más culto, podría haber llegado a ser un prominente miembro de la Horda.

Pero él era más listo que su padre y ya contaba con el Clan para respaldarle; él iba a ser un gran chamán, tal vez al nivel de Drek´thar o Thrall, aunque para eso debía recibir la bendición de la furia de la tormenta, y para llegar ahí debía ser capaz de encontrar un lugar seguro en donde esperar a que su hermana se repusiera.

Un ruido entre los matorrales le sobresaltó y se sorprendió rezando para que no fuese otra de esas adorables plantitas asesinas.

-¡Tío, pensé que erais pasto de los vainetes! - Pan´Chok sonrió.- Hasta que encontré vuestro rastro abajo del barranco. Déjame que te ayude con ella.

El Riecráneos alivió parcialmente la carga de Gromil al ayudarle a transportar a su hermana.
-Necesitamos resguardarnos. - Gromil hizo una pausa, considerando el significado de sus palabras. - Ella casi muere, y ha perdido sus armas, pertrechos y armadura. A mí aún me queda la mochila, aunque las raciones están empapadas e inservibles.

Pan´Chok le habría dado una palmada en la espalda a Gromil de no estar usando el brazo izquierdo para cargar a la inconsciente Shan´Nah.

-Tranqui, tronco, conozco una cueva cerca de aquí. Está resguardada y hace unos días que un tren lleno de armas y municiones descarriló. Podemos ir a investigar los restos, algo apañaremos.
Gromil ladeó la cabeza, no muy convencido con la idea de abandonar a su hermana en una cueva, pero tampoco era como si tuviesen más opciones. Decidió cambiar de tema.
-¿Tronco? - Preguntó ante la curiosa palabra del gorgrondés.

-Ya sabes, es una palabra de aquí, es en plan: colega, amigo... Tiene gracia porque esto está plagado de plantas vivientes. ¿Pillas el chiste?

-Es siniestro hablar así de cosas que te podrían matar.

-Lo sé. Hilarante, ¿verdad? – Pan’Chok echó una carcajada digna de un demente, y Gromil pensó que todo lo que había leído sobre que los Riecráneos estaban locos, se quedaba corto.

Tras dejar a Shan´Nah en la cueva, a pesar de sus protestas, y caminar un buen rato por la selva, llegaron a una explanada de carácter poco natural. Era impresionante como la Horda de Hierro había sido capaz de montar aquellas vías en mitad de una selva, pero lo verdaderamente impresionante era el destrozo que los habitantes de aquella selva habían hecho al hacer descarrilar el tren.

El cadáver de un enorme magnarón, parcialmente recubierto de vides se encontraba tirado obstruyendo la vía. Probablemente la locomotora había chocado con la bestia. A los alrededores había vagones, cajas y cadáveres de orco. Al menos la parte de conseguirle una armadura nueva a su hermana no iba a ser difícil: había decenas de muertas, todas ellas con armaduras completas.

Se acercó a una, no mucho mayor que ellos y la miró con detenimiento. Parecía de los Roca Negra por su piel grisácea, era alta, fuerte, y su cráneo, parcialmente destrozado, no podía ocultar que en algún momento anterior había sido bastante atractiva. Le apenó pensar en cómo la locura iniciada por Grito Infernal había sembrado de muerte este mundo, igual que lo había hecho con Pandaria u Orgrimmar. Comenzó a retirar la armadura al cuerpo; tenía algunos abollones, pero nada que no pudiera repararse con facilidad.

-¡Tronco! - Un grito desde el interior de un vagón volcado llamó su atención. Se apresuró a terminar de coger la armadura y meterla en el saco que había rapiñado. - ¡Nos ha tocado el gordo! ¡Esto le va a encantar a tu hermana!

Terminó de echar piezas al saco y corrió excitado a ver el descubrimiento. Dejó el fardo y trepó por los ejes hasta el interior del vagón. La luna llena iluminaba con su luz el interior, donde cientos de enormes y extrañas espadas relucían. Las examinó con detenimiento, y recordó las historias que conocía sobre los Clanes.

-¿Son hojas de los Filoardiente?- Preguntó, extrañado de hallarse frente a tan legendarias e icónicas armas.

-Sí, pero aún no tienen chispa. - Pan´Chok se rió ante su propio chiste. - Aunque no tengan magia, sigue siendo acero de primera. Le llevaré un par a tu hermana; tal vez después de eso empiece a gustarle.

Gromil decidió que no quería saber a qué se refería con "gustarle"; a veces la ignorancia era una opción saludable. Se apoyó en una caja y se izó hasta la compuerta del vagón. Sus ojos se abrieron como platos por el terror: ahora a la luz de la luna podía ver decenas, tal vez cientos de orcos que les rodeaban y avanzaban torpemente hacia ellos; algunos estaban cubiertos por parras, otros, aunque evidentemente no estaban vivos, no.

-¡Mierda! - Pan´Chok, que cargaba a la espalda los enormes espadones, sacó sus hachuelas.
-¿Son no-muertos?- Preguntó, desconcertado.

-Ni de coña, ¿ves las vides? - Señaló a uno cubierto por una parra.- Eso se adueña de los cuerpos como un parásito. Por eso quemamos a nuestros muertos. El magnarón debió liberar las esporas al morir.- Dicho esto, lanzó un grito de guerra brutal y se metió al combate con furia desenfrenada y psicótica mientras reía.

Está como una regadera, pensó Gromil, que bajó del vagón, recogió el saco y siguió a su amigo, repartiendo mazazos con la mano libre.

Las oleadas de infectados parecían no tener fin: luchaban mano con mano, clavaban puñales y aplastaban cráneos. Avanzaban penosamente, abrumados por los ataques incesantes que no dejaban de venir. No podían ver la ruta de escape; de hecho, ni tan siquiera podía ver a Pan´Chok, que acababa de ser arrojado al suelo por un par de monstruos vegetales.

Gromil avanzó con decisión, sus ojos comenzaron a brillar con intensidad y un tono azulado, la energía crepitaba a su alrededor. Entonces balanceó su maza con furia y golpeó. El estruendo fue ensordecedor; el impacto atronador creó una onda expansiva que avanzó, derribando a todos los engendros de las cercanías, mientras los rayos saltaban de una a otra criatura, destruyéndolas a su paso y abriendo un camino por el que retirarse.

No hizo falta decir nada. Los dos orcos echaron a correr por el pasillo que se había abierto y que se cerraba más y más a cada paso que daban. Un mazazo derribó a una de las criaturas que se interponían entre ellos y la libertad; una ágil patada de Pan´Chok lanzó contra la muchedumbre a otro más. Apenas unos pasos y podrían perderlos en la selva.

Un fuerte tirón del saco derribó a Gromil. Pan´Chok, que ya había logrado salir de la muchedumbre se había percatado, y trataba en balde de llegar hasta él. Todo parecía perdido; nunca regresarían con su hermana, que desarmada, probablemente moriría en esta selva igual que él. Iba morir, y lo único en lo que podía pensar era en su tío Eidorian, el elfo más bocazas de Azeroth, y cómo cada vez que volvía a rastras de la taberna, molido a palos, decía: "deberías ver al otro tipo". Frunció el ceño: si iba a morir, se llevaría a tantos como pudiera por delante.

Vació su mente y se olvidó del mundo a su alrededor; fluyó con las voces de la tierra y los espíritus, inhaló el aire cargado de humedad que presagiaba tormenta, y sintió el fuego de la furia crecer en su interior. 

La tierra tembló, y Gromil se levantó con una fuerza que nadie habría creído posible. Alzó el arma, y el trueno presagió la llegada de centenares de rayos que aterrizaban entre las filas de enemigos; la lluvia que los acompañaba infundía nuevas energías, tanto a él como a su compañero, que luchaba con más fiereza aun, totalmente desquiciado, riéndose jubiloso.

Golpeó el suelo con fuerza y el fuego manó, incinerando a los terribles zombies planta sin piedad ninguna. Un segundo golpe, y las entrañas de la tierra se abrieron para devorar a las temibles criaturas. 

Todo había terminado. Gromil jadeaba y miraba a todas partes, totalmente desorientado.
-¡Tronco, eso ha sido brutal! - Pan´Chok estaba exageradamente animado y contento.- Eres un tipo muy duro. No sabía que supieses hacer esas cosas.

-La cosa es que no sé... - Gromil observaba la destrucción a su alrededor, asustado por las exageradas consecuencias de su pérdida de control. Había sentido su poder crecer desde el momento en que llegó a Draenor, pero aquello había sobrepasado todo lo imaginable y lo había dejado exhausto.
 
-La verdad es que no me divertía tanto desde ni me acuerdo. - El Riecráneos palmeó el hombro del joven Lightningblade.

-¡Casi nos matan, estaríamos muertos de no ser por lo que quiera que me ha pasado! - Gromil protestó enfadado, más por no comprender que por la actitud de su compañero.
-¡Lo sé, por eso es tan genial! -Pan´Chok volvió a reírse, alegre.
Gromil no contestó y se limitó a caminar en dirección a la cueva. Tenía mucho en lo que pensar

jueves, 3 de diciembre de 2015

El heredero. Cap 6

Notas: Este capítulo no lo he escrito yo, lo ha escrito Alexjandro. En principio iban a ser un relato conjunto pero por circunstancias él no lo puede seguir así que dejo aquí su contribución.

Capítulo 6. La sanadora.

-Mamá, ¡vamos a jugar con la magia! ¡Enséñame ese hechizo de magia sagrada otra vez por favor! - decía la pequeña elfa entusiasmada.

La madre de la pequeña la miró sonriendo, cerró los ojos, extendió los brazos en cruz para un instante después juntar las manos a modo de rezo. Inmediatamente de las mismas salió un resplandor de luz que se extendió poco a poco. La niña miraba cómo su madre conjuraba el hechizo, mientras la luz dorada la rodeaba y  su pelo se elevaba y movía, como si una agradable brisa soplara alrededor de ellas. Al instante la pequeña sentía una reconfortante y cálida sensación. No era sólo por aquel hechizo de magia sagrada; era también por el amor con el que su madre lo hacía. Y ese amor deja una marca, la cual no se puede ver.

La mujer, de cabello largo dorado, con una tiara plateada en la cabeza y de una belleza sin precedentes, acarició el rostro de su pequeña hija, mientras la miraba sonriendo.

-Mamá, ¿a que siempre vas a estar conmigo? ¡Y seremos amigas para siempre y siempre estaremos juntas! ¿A que sí mamá? - Agarró la mano de su madre mientras ambas se miraban y sonreían.

Las dos se encontraban en un hermoso paisaje, en el Bosque Canción Eterna, rodeadas de flores y árboles. De repente, todo ese bosque desapareció para dejar paso a la nada, un mundo todo blanco sin vida, sin nada alrededor, nada mas que la nada. La niña asustada miró y se aferró a su madre, la cual sin motivo empezó a retirarse de su hija. Esta no podía evitarlo ni comprenderlo. Era una extraña fuerza que tiraba de su madre. La pequeña sin poder hacer nada perdió las fuerzas y acabó soltando a su madre, la cual se alejaba mirándola, como levitando por el suelo sin que ella pudiera hacer nada. La niña comenzó a llorar mientras veía a su madre irse de su lado, alejándose, cada vez más lejos.

-Mamá... hasta siempre, te echaré de menos. - Entre sollozos comprendió al fin que estaba sola...

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La joven elfa se despertó de golpe. Hacía mucho que no soñaba con su madre, casi desde que era pequeña. Solo había soñado con su madre un par de veces más.

-Imperialdra, ven a desayunar. - Se oyó desde afuera de la alcoba. La joven elfa, se levantó de su cama, se acercó a la ventana y contempló por un instante la bella ciudad de Lunargenta.

-Ya voy. - Respondió. Y la elfa acudió a la llamada.

-¿Qué te pasa querida? Pareces disgustada. - Le preguntó una mujer elfa de avanzada edad.

-Estoy bien tía, nada en especial. - Imperialdra tenía gesto serio y decaído.

-Te pasa algo, venga cuéntaselo a tu tía. - La joven se sentó en una silla para comer junto a su tía.

-He soñado con mi madre. - dijo con rostro alicaído. - La echo de menos.

-Ella estaría orgullosa de ti. - La cogió de la mano y la miró a los ojos. -Sé que te lo he dicho ya unas cuantas veces, pero cómo te pareces a ella. Eres la viva imagen de tu madre...

La madre de Imperialdra murió cuando ella era pequeña. Era sacerdotisa, en una orden que protegía a los más desfavorecidos de las batallas. Se dedicaba a sanar las heridas de los soldados. Era una mujer buena, noble y desinteresada. Imperialdra guarda un grato recuerdo de ella; cuando pasaban tiempo juntas, cuando le enseñaba los hechizos de sanación, jugar con la magia como lo llamaba ella de pequeña, y de su gran belleza. Imperialdra siempre quiso ser como ella. Ya desde muy joven comenzó a tener un gran manejo de los hechizos de magia sagrada que su madre le había mostrado y enseñado desde que era muy pequeña. Ahora es una gran sanadora y miembro conocida y respetada en la Orden de los Caballeros de Sangre, al servicio de la Horda, los cuales salieron victoriosos hace poco en el Asedio de Orgrimmar. Impe, como la conocen en su grupo, siempre quiso aprender a manejar este tipo de magia, la magia Sagrada, desde que su madre le mostró este camino, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Impe recuerda estas palabras que le dijo su madre prácticamente a diario. También tiene un extraordinario manejo de las armas para el combate, se preparó y entrenó durante años para conseguir la agilidad y destreza que ahora posee. La motivación para entrenarse en el arte de combatir le viene de su padre, un elfo alto, fuerte y valeroso, que cayó en batalla al servicio de la Horda, también cuando era muy pequeña. Al quedarse huérfana, su tía, una hermana de su padre, se hizo cargo de ella.

-Hoy te has levantado tarde. - Le dijo su tía. - Supongo que aún estarás cansada de la última batalla y del viaje de regreso.

-Si, la sanación es una magia que no todo el mundo puede ni sabe manejar. Conlleva mucho gasto de energía y te acaba agotando. Sacas parte del poder que llevas dentro para dárselo a tus compañeros en forma de vida y energía. Eso es la magia sagrada. - Se acordaba de su madre al decirle estas palabras a su tía. - Hubo muchos heridos en batalla, entre ellos mis compañeros, pero son duros de pelar.

Hacía tiempo ya que Impe había vuelto a su casa de Lunargenta. Decidió ingresar en la orden de los Caballeros de Sangre, por sus padres, un valeroso guerrero y formidable espadachín y una bondadosa y noble sacerdotisa sanadora. Tenía que honrar la memoria de ambos, por todo lo que ellos le transmitieron desde que nació, lealtad y un gran sentido de la justicia, y que de alguna manera ellos estuvieran orgullosos de ella. En lo que Imperialdra se parecía a su padre era en que como él, tenía una mirada llena de sentido de la justicia. Acabaron de comer.

-Ahora que recuerdo, esta mañana creo haber visto a uno de tus compañeros de armas. Parecía un poco nervioso. Llevaba una espada y un escudo, de pelo oscuro con una coleta.

-Así es, es uno de mis compañeros. - Los labios de Impe se movieron ligeramente, esbozando una leve sonrisa. - Yuhe, uno de nuestros protectores, estamos en el mismo grupo, le he sanado unas cuantas veces. -La tía se río ligeramente. - Es un valeroso paladín, aunque de pocas palabras...

-Y guapo por lo que veo. - Dijo su tía sin pensarlo con un cierto tono de indirecta, mientras escuchaba y observaba a su sobrina.

-¿Pero qué cosas dices tía? - Al instante Impe se puso roja. - Sólo es un compañero de armas, nada más.

-Yo diría por la leve sonrisilla que se te escapó antes, que la vi, y por lo roja que te has puesto cuando he dicho que era guapo, te gusta un poco, ¿no crees?

-Yo me centro en las batallas y en sanar a mi grupo tía, no puedo desconcentrarme ni pensar en otra cosa, nuestra vidas dependen de ello, ¿sabes? - Impe quiso zanjar rápido el tema para que su tía no le preguntara más. De repente se acordó de lo que hace un momento le había dicho su tía. -Ahora que lo pienso, dijiste que le viste un tanto nervioso, ¿no? - La elfa asintió con la cabeza. - En un rato vengo.

Imperialdra se preparó y salió de la casa, pensativa. No sabía si era por una nueva amenaza de guerra, o por algo que le pasara a su compañero por la cabeza, o quien sabe si por ella… Impe para despejar la duda, se dirigió a ver a su compañero para preguntarle.

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