jueves, 19 de enero de 2017

Elkam: Caballero de la espada de ébano

Elkam Plenilunio

Elkam se envolvió en su capa para protegerse del frio de la noche, añoraba los cálidos bosques de Vallefresno, su tierra natal. El invierno se acercaba y las noches eran cada vez más gélidas.  Cruzó el patio en dirección a la torreta  este. No hacía mucho que lo habían nombrado capitán de la guardia de aquel puesto fronterizo.

Elkam era alto y ancho de espaldas como la mayoría de los guerreros de Darnasus. Portaba a la espalda dos espadas. Sus hojas eran largas, estrechas y muy afiladas. Ligeras de manejar, flexibles y a su vez extremadamente resistentes. Se las había comprado a un vendedor ambulante tras mucho insistir y muchas cervezas. El comerciante  contó que esas “Katanas”, así  las  llamó el tipo, habían sido forjadas en tierras ignotas y eran piezas extraordinarias. Sin duda lo eran para el guerrero elfo.
Al llegar a lo alto de la torre, el vigía allí apostado lo saludo con respeto.

- ¿Alguna novedad?- preguntó Elkam

- No capitán, aunque parece que tendremos niebla esa anoche.

El capitán escrutó el horizonte y observó  como la bruma que se formaba parecía avanzar hacia ellos. Volvió a bajar y ordenó que cerraran las puertas.

La temperatura bajo de forma súbita. Finos copos de nieve empezaron a caer. Elkam los contempló con fastidio y maldijo para sí. Oyó a su espalda que alguien le llamaba. Era su hombre de apoyo y mejor amigo Hykram.

- He pensado que te vendría bien algo caliente- le ofreció un tazón de caldo humeante.

- Lo que realmente me sentaría bien es el calor de los muslos de Suna- Contestó con nostalgia.

-¡No hables así de mi hermana!- exclamó Hykram enfadado.

Elkam se echó a  reír; le divertían los celos de “hermano mayor” que le entraban a su amigo cada vez que hablaba de su relación con ella.

-No he dicho nada malo. Es la verdad- El guerrero no paraba de reír ante la cara de irritación de su amigo.

-¿No te había mandado a paseo? ¡Olvídate de ella!

Elkam dejó de reír y torció el gesto, se llevo la taza a los labios- Cambiará de parecer cuando vuelva a Darnasus.

Hykram abrió la boca para seguir con la reprimenda pero la cerró de pronto. Los dos amigos se miraron alarmados, ambos lo habían oído: el sonido inconfundible del silbar de una flecha, el impacto y el golpe sordo de un cuerpo al desplomarse.

De inmediato la campana de alarma de la torre oeste comenzó a sonar, segundos después otra flecha la hizo callar.

-¡Ve a la torre! ¡Corre!- Le ordenó Elkam mientras salía disparado a dar la voz de alarma.

Hykram subió los escalones como un rayo. Al llegar arriba vio a su compañero centinela muerto. Una flecha le había entrado por debajo de la mandíbula  atravesándole el cráneo. Se asomó con cautela y gracias a su aguda visión pudo distinguir a todo un batallón moviéndose torpemente entre la inusual niebla muy cerca de las puestas.

Algo se movió a su espalda, se giró rápidamente. Contempló horrorizado como el centinela se levantaba. Era imposible que alguien con semejante herida estuviera vivo. El soldado muerto sacó la espada de su cinto y lo atacó. Hykram lo esquivó por poco, la conmoción casi le tenía paralizado. El centinela volvió a la carga y esta vez casi logró  su objetivo alcanzándole en un brazo. Era difícil moverse en un espacio tan reducido. Hizo otra finta agarrando al soldado por el brazo empujándolo contra una de las vigas.  Sacó su daga y se la clavó en la espalda sin ningún resultado. ¡Qué idiota, no se puede matar lo que ya está muerto! Ese funesto pensamiento le bloqueaba. Oyó a Elkam en el patio gritando órdenes. El jaleo le sacó de su estupor justo a tiempo para aprovechar la inercia de su atacante y tirarle por la baranda abajo.

En la otra torreta, el centinela también con una flecha mortal atravesándole la garganta, estaba en píe disparando contra sus compañeros del patio con puntería mortífera.

-¡Abatidle, maldita sea!- gritó el capitán Elkam a los desconcertados arqueros.

El centinela de la torre este, sin duda debía ser víctima de algún hechizo de control de masas, o al menos eso pensaron. Había abatido a los soldados apostados en la puerta norte del fuerte y a los compañeros que habían subido a detenerle.  Por más flechas que le clavaban este no parecía cejar en su empeño asesino.

Hykram llegó corriendo a la posición de su capitán. El tremendo sprint le había dejado sin aliento.

-Enemigo a las puertas- pudo decir mientras intentaba recuperar el resuello.

-¿Cuántos son? ¿A qué distancia?- le apremió Elkam.

-Elkam…..el centinela…..muertos…..se levantan- Hykram intentaba hablar entre jadeos.

Elkam lo miró sin comprender; de pronto un soldado gritó “¡Capitán, las puertas!” Dirigió la mirada hacia ellas y comprendió de inmediato lo que quería decir su amigo: Los soldados que hacia escasos momentos yacían muertos sobre la fina capa de nieve se habían levantado y comenzaban a abrir las puertas del fortín.

-¡Detenedles, deprisa!- Su reacción fue rápida, desenvainó sus dos katanas  y salió de su parapeto sin importarle que el centinela poseído siguiera lanzando flechas- ¡Quiero un grupo de arqueros en cada atalaya! Hykram, acaba con ese bastardo de la torre. ¡¡Defended las puertas!! ¡¡Moveos!!

Nada podía haber preparado a aquellos soldados de la Alianza para enfrentarse a semejante enemigo.
 Las puertas cedieron y dieron paso a un ejército de cadáveres andantes en diferentes grados de descomposición. Alguno no eran más que huesos unidos por jirones de carne seca. Su mera visión era perturbadora.

La primera carga fue brutal. Muchos defensores cayeron incapaces de reaccionar ante tan horrenda visión. A pesar del desconcierto inicial los soldados lucharon con fiereza frenando la incursión del enemigo en el patio.

-¡¡No vaciléis!! ¡¡Desmembradlos!!- Las katanas de Elkam cortaban los cuerpos putrefactos como si fueran mantequilla.  En seguida se había dado cuenta que era la única manera de pararlos.

A medida que luchaban el caos empezó a apoderarse de la vanguardia de defensores. Los soldados caídos se levantaban y combatían contra sus compañeros vivos. Un golpe devastador para las fuerzas defensoras. Por cada soldado de la Alianza que moría, el ejército profano ganaba un nuevo combatiente.

Un asaltante esqueleto se abatió sobre el capitán. Con una finta lo esquivó cortándole un brazo con una katana y con la otra le cortó las piernas. Sin perder tiempo pisó el brazo del cuerpo desplomado que aún se agitaba furioso y de una patada se lo arrancó.

Sus hombres perdían terreno con mucha rapidez. Por más enemigos que derribaban no parecía hacer mella entre los atacantes.  No había más opción que resistir y ganar tiempo.

Buscó a Hykram entre los combatientes.  Lo llamó a gritos mientras corría hacia la torre de vuelo.  Los dos se encontraron a los pies de la torre y se refugiaron dentro.

-Quiero que cojas el vuelo y alertes al bastión - le apremió Elkam.

-¡No! ¡Yo me quedo contigo!-Hykram rectifico ante la hosca mirada de Elkam- Quiero decir…que puede hacerlo cualquier, yo soy más útil en combate y lo sabes. ¡Déjame luchar contigo¡

No le faltaba razón y el guerrero elfo lo sabía. Hykram era más bajo y delgado que el resto pero lo suplía con creces con su tremenda agilidad y celeridad.  Era tan sigiloso y letal con sus dagas como una serpiente.

Elkam miró hacia fuera mientras Hykram seguía suplicándole que le dejara luchar a su lado. Volvió a sopesar la situación. Les estaban masacrando. El ataque inicial había dejado a sus hombres sin capacidad de reacción y la intensa lucha les estaba llevando al límite de sus fuerzas. Él mismo estaba exhausto y malherido. La hoja de sus espadas se habían roto por la mitad aunque todavía conservaban el suficiente largo para ser mortales.

Pronto acabaría todo.

- No es momento para cuestionar mis órdenes- su tono fue tajante-¡Vé!

-Si tu mueres yo muero contigo- Quiso decir Hykram,  quiso decirle muchas cosas pero lo único que salió de su boca fue “Si capitán”

Hykram llegó a la plataforma de vuelo donde el hipogrifo graznaba y coceaba alterado por la contienda y los olores a sangre y muerte. Tardó un buen rato en calmar al animal y conseguir ponerle la silla, entonces reparó en que se había hecho el silencio. Le dio un vuelco el corazón y se asomó.

El combate se había de tenido. Solo quedaban en el patio el capitán y puñado soldados rodeados por la horda de cadáveres y Al frente el comandante de las huestes seguido de otro de igual aspecto; Un caballero vestido con una armadura negra adornada con calaveras y colmillos. Contempló al reducido grupo que no cedía en su empeño de defender el paso. Levantó un brazo en dirección al grupo y una mano invisible agarró a Elkam por el cuello y lo levantó en el aire. Los soldados se lanzaron a defender a su capitán pero no tenían la menor oportunidad. Fueron aniquilados.

El siniestro caballero se acercó con parsimonia mientras desenvainaba su acero. La espada brilló con los primeros rayos del sol haciendo que las runas inscritas en su hoja refulgieran con más intensidad. Y sin más miramiento atravesó con ella el pecho del elfo que seguía luchando por soltarse.

-Admirable- dijo el caballero de la muerte sin ningún rastro de emoción en su voz. Observó como el guerrero exhalaba su último aliento en el suelo y su sangre teñía la nieve de rojo.

- Llevad a este al bastión de Ébano. Lucha bien.

--o---

jueves, 5 de enero de 2017

El descubrimiento de Pandaria: Olor a pólvora y manada de cabras. (Parte 4)

Tras la noticia impactante que la mujer pandaren cuenta a sus relativos, un silencio se apoderó de los tres por un breve momento. No daban crédito... ¡Extranjeros en Pandaria! Lo primero que pensaron los tres fueron los pandarens provenientes de la Isla Errantes. Sin embargo, les sonaba extraño dado que Shen-zin Su solía llegar al continente por la Espesura Krasarang, su lugar de nacimiento.

- ¡Por los cuatro vientos! - Saltaba Xingani.

- Encima los del Shado-Pan nos retienen aquí. - Sacaba el tema la señora. - Se acabó nuestro viajecito al Templo del Dragón de Jade...

- Pues yo pienso ir a ver lo que pasa. A mí no me retienen aquí por las buenas. - Sacaba pecho Lliffy.

- ¿En serio tenemos que investi...? - Preguntaba Xingani perezosamente antes de que Musi le cortase.

- ¡Ya sé! ¡Subamos la Escalera Velada! -

- Cortada. - El marido niega la propuesta rotundamente.

- Te equivocas, Alfre, están cortando los caminos hacia el bosque y la espesura. -

- Digo yo que no: cortarían también la escalera para que no hubiera ninguna forma para llegar al bosque, tía. - Xin la corregía.

- Bueno, por probar que no falte. - Decía Musi.

- Pues nosotros escuchamos en la taberna algo de barcos voladores... - Recordaba Lliffy rascándose la barbilla mientras miraba a su sobrino, quien le respondía asintiendo con la cabeza.

- ¡Y por qué no me lo habéis dicho antes! - Respondía a los pandarens con collejas con un estilo que era inevitable recibirlas.

A partir de aquí, la trama se vuelve algo irrealista aunque fue así como pasó.

Entre dolores y algún quejido del menor de los dos, Lliffy dijo - No tenemos ningún vehículo para subir la escalera. Mogueh no será capaz de llev... - Se cortó de repente al notar que su sobrino le retorcía el brazo para recordarle el camino por el que iba sus palabras (no será capaz de llevarte). Entonces carraspeó. - Preguntemos al grumel del establo para ver si nos ofrece una montura. - Ambos miraba a la mujer con una sonrisa fingida y Xin con temblores sospechosos.

Musi, con una ceja levantada y la otra arrugada, miraba a ambos pero lo dejó pasar. - Vayamos tirando para la Escalera.

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Tras una pequeña caminata desde El Alcor hasta la entrada de la Escalera Velada, los pandarens encontraron a un par de grumels: uno de ellos era el encargado del establo y el otro era el maestro de cometas de vuelo. El segundo estaba sentado en un rincón. Debido al revuelo en el Este, no era posible recurrir a este servicio.

- Mira Alfre, allí está los grumels. Pregunta~ - Le da un empujoncito a su marido para que haga el recado.

Lliffry cede ante el empujón y se presenta ante el grumel del establo. - Disculpe...- 

- ¡Hola, camarada de los grumels! - Le respondía. Se apellidaba Altocamino.

- Ho-hola. Me preguntaba si pudiéramos acceder hacia la cima con algún medio para los tres. -

- Con un yak... - Se retiró para traer a un yak de viaje con 3 plazas. - como este llegaréis muy lejos. -

El enorme yak sorprendió a los tres pandarens. Era inmenso y robusto. Se quedaron con la boca abierta al ver tal cantidad de carne bien compuesta con sus lujosos harapos.

- ¡Anda, qué majestuoso! - Sorprendido comenta el hombre de la casa. - ¿Por cuánto nos lo alquilas?

El grumel negaba con la cabeza. - Tan solo devolvérselo a mi primo en la cima. -

- A este le daba pereza devolvérselo que nos ha pasado el marrón, tssk. - Musitaba Xin aunque, sin quererlo, la señora le escuchó con sus tonificadas orejas le hizo callar con una colleja por tal bordería.

- Ah... Vale. Muchísimas gracias. - Agradecía Lliffy al maestro de establo. - Chicos, en marcha.

El grumel arreó unas palmadas suaves sobre el pelaje del animal para que éste se agachase y los pandarens se pudieran subir con mayor facilidad mientras Musi dejaba a Mogueh cerca de las escaleras para que le esperase, con la correa enlazada en lo primero que vio para amarrar. Cuando los tres procedieron a subirse, en el rostro del animal se mostraban gestos de fatiga por el peso de cada uno de ellos... Cada esos gestos se hacían más significativos, sobre todo cuando la parienta subió la última de ellos.

- Mi madre, qué de lujo tiene el bicho este... - Pronunciaba Musi sintiéndose una reina encima del animal. - Esto sí que es clase.

- Y tanta.- Respondía Xingani.

Por otro lado, Lliffy sacó un gorro de explorador. ¿Qué quieres que os diga? Le hacía mucha ilusión al hombre.


Los pandarens procedieron a dialogar mientras el yak subía por las dichosas escaleras:

- X: Pues se está cómodo y todo. *:D*

- M: Ahora que lo pienso, yo debería sentarme delante. Aquí detrás me siento mercancía, Alfre.

- Ll: Pues me extraña que hayas subido tu sola, si necesitas ayuda para subirte encima de Mogueh. Con ese culo que tiene...

- M: Al menos no soy como tú, que te tocas el higo cada vez que encuentras la situación. *¬¬*

- X: *Risa descarada*

- Ll: [...]

Después de un rato subiendo...

- Ll: Yo quiero uno de estos en casa. En serio, qué porte...

- M: Pues curra.

- X: O róbalo, también es una opción.

- Ll: A ver si puedo hacer mis pinitos...

- M: Xin, cuando bajemos, prepara el cuello para la mayor colleja del siglo.

- X: *glubs*

Acercándose al final de la escalera:

- Ll: Cada vez me cuesta más respirar...

- M: A mí también... T eso que vamos sentados...

- X: Me duelen los oídos... *Se coge de la cabeza*

- Ll: Veo algo... *Achina los ojos* Es la taberna de la Goya esa...

Sin embargo, el camino se empezó a derrumbar por el peso de los cuatro. Mientras el yak intentaba estabilizarse, los pandarens temían lo peor:

- X: ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH!

- M: ¡ALFREEEEEEEEE!

- X: ¡QUE ME CAIGOOO!

- M: ¡ESO TE PASA POR GORDO! *Sufriendo los tambaleos*

- X: *Agarrándose lo máximo que podía*

- Ll: *Intentando controlar al animal* ¡Ayuda!

- M: *Se baja del yak en cuanto pudo*

- X: *No pudo resistír más y se cae al suelo* ¡Aaaaaaaah! Duele...

- Ll: *Pega un brinco desde su sitio y aterriza firmemente*

Por otro lado, el yak sufrió la peor parte. Sufrió el desprendimiento cayendo al anterior nivel de escaleras, lo que le provocó una huida pavorosa hacia el inicio.

- M: Pobre animalito...

- X: *Se sentía ignorado por culpa del yak*

- Ll: *Viendo al animal* Poh se va...

- X: *Se recompone* Nadie ha visto nada...

- Ll: En fin, espero que no lo echen de menos.

- X: No creo.

- M: Si alguien pregunta, no sabeís nada. ¿De acuerdo? Sigamos.

Tras este acontecimiento inesperado, los tres pandarens continuaron su subida a la cima. ¿Cuáles fueron las respuestas que encontraron?¿Cuáles fueron sus reacciones?