Se alzaron sobre el peñasco y miraron en dirección al valle
donde se encontraba el campamento de la Horda de Hierro, o al menos de la parte
lo suficientemente estúpida para no darse cuenta de que habían perdido la
guerra.
-Son muchos. – Observó el joven chamán, que aún tenía
dificultades para digerir la titánica tarea que les habían encomendado: Salvar
el mundo.
-Sí. – Shan´Nah asintió.– Será una lucha memorable. – La
guerrera estaba mucho más tensa de lo que dejaban entrever sus palabras, pero
ella siempre había cuidado de su hermano y debía ser fuerte, o aparentarlo para
que él también lo fuese.
-¿Te has preguntado qué pasará si fallamos? – Gromil paseaba
los ojos por todo el campamento, nervioso, en busca de algo.
-No fallaremos. – Posó la mano sobre el hombro de su hermano.-
Las Furias nos eligieron, llevamos el rayo en nuestros corazones. ¿Qué dice
siempre papá?
-¿Golpea como el rayo? – Gromil se extrañó.
-No, lo otro, lo de que mientras tengas a un soldado fiable
cubriéndote las espaldas, no hay batalla imposible. – Ladeó levemente la cabeza,
pensativa.- Aunque supongo que lo de golpear como el rayo también se puede
aplicar aquí.
Shan´Nah interrumpió su comentario al ver unos destellos en
el perímetro exterior del campamento. Era su amigo Pan´Chok, indicándoles que
había encontrado un lugar por donde colarse al campamento, y por ende,
traspasar la barrera mística que impedía actuar a las Furias.
Descendieron hacia el lugar donde se hallaba el Riecráneos
con mucho cuidado, y con todo el sigilo que permitía la pesada armadura de
Shan´Nah. Pan´Chok, que había escondido su máscara-cráneo y se había agenciado
algo de armadura menos llamativa, les esperaba junto a la empalizada de madera.
-Hay un agujero oculto unos metros más adelante, podéis
colaros por ahí. Yo me quedaré atrás y me ocupare de mantener segura la salida.
Más adelante, hacia la derecha, hay un edificio grande, un almacén. Podréis
esconderos ahí para que Gromil haga su rollo espiritual.
Los mellizos asintieron ante lo que parecía un buen plan, y
tras golpearse dos veces el pecho a la altura del corazón, partieron hacia su
destino.
-Cuando echéis abajo eso, esto va a ser la mayor hoguera de
Draenor. – Pan´Chok reía mientras se alejaban en dirección al socavón.
Reptaron por el agujero, que probablemente había hecho
alguien para desertar ante las noticias de su derrota, y avanzaron cubiertos
por la noche y las sombras que las escasas y tenues antorchas producían.
A pesar de la oscuridad podía verse que el mantenimiento del
campamento dejaba mucho que desear, muy probablemente debido a la escasez de
número del enemigo. Eso en principio era bueno; parecía que la suerte les
sonreía.
Pasaron a toda velocidad frente a una pila de cadáveres de
soldados de la Horda de Hierro. Aquellos pobres diablos probablemente eran los
que habían decidido que incluso la atrocidad tenía un límite que no estaban
dispuestos a tolerar. Buenos orcos, con ideas erróneas y líderes dementes.
Shan´Nah gruñó con disgusto, mientras que Gromil, preocupado, apenas les prestó
atención.
Llegaron por fin al almacén y buscaron un lugar apartado en
donde Gromil pudiera descansar y dejar libre a su espíritu. El chamán se
concentró, mientras su hermana se quedaba pendiente de la puerta. Notó como las
barreras del reino espiritual y el mundo se debilitaban, dejó atrás la carne y
se halló en un lugar muy distinto a aquel en el que había estado.
El paraje espiritual en aquella zona era un páramo corrupto:
la energía vil fluía con fuerza, y una gargantuesca muralla, cuya cima no
alcanzaba a ver, se alzaba rodeando al campamento. Atados a la muralla se
hallaban los espíritus elementales que deberían haber corrido libres por
aquella zona, casi agotados por completo, mientras el muro drenaba sus energías
para mantener fuera a las Furias.
Gromil se enfureció y deseó tener un arma con la que luchar
y liberarlos. Para su sorpresa, unas garras con forma de relámpago aparecieron
en sus puños, a juego con una armadura que ahora le recubría el cuerpo. Se
observó y vio que estaba más delgado y fuerte de lo que jamás había estado; era
la viva imagen de su padre.
Sonrió al comprender las normas que regían este mundo: aquí,
la fuerza del espíritu y la voluntad daban forma al mundo, y si algo había
adquirido tras una vida de guerras y dificultades, era eso exactamente.
Se concentró y lanzó una poderosa descarga de rayos contra
la muralla. Las cadenas que ataban a los elementales se rompieron y les
permitieron huir por el páramo. El muro se había agrietado un poquito, sin los
elementales era más débil. Cargó sus puños con la fuerza del rayo y descargó un
golpe tras otro contra el muro. Si lograba abrir tan sólo una brecha,
restauraría el flujo de energías y las Furias podrían actuar.
Unos ruidos cercanos a la puerta captaron la atención de
Shan´Nah, que se escondió tras unos cajones cercanos a la puerta; saltaría
sobre el que quiera que viniese y lo mataría sin piedad.
-¡Vamos, pequeña golfilla, voy a enseñarte lo que es un orco
de verdad! – Dijo una voz ronca y evidentemente ebria al otro lado de la
puerta. La orco maldijo, quien quiera que fuese traía a una mujer consigo, y a
juzgar por sus palabras, sus intenciones no eran nada buenas.
Tal vez fuese una esclava capturada de entre los orcos que
se les resistieron, o incluso por repugnante que resultase, una draenei. Esperó
hasta que el macho había dado unos pasos hacia el interior y se abalanzó sobre
él, enarbolando sus espadas. Un tajo limpio separó la cabeza del bribón antes
de que siquiera pudiera darse cuenta de que estaba pasando.
-Tranquila, este malnacido ya no…- Un chillido desde el
umbral interrumpió las palabras de Shan´Nah, seguido por una llamada a los
guardias a pleno pulmón. Se quedó paralizada unos segundos por la sorpresa: no
esperaba que la chica fuese a reaccionar así, debería habérselo agradecido. Esos
escasos segundos fueron más que suficientes para que la chica echase a correr
hacia el poblado.
Maldijo sus buenas intenciones y comenzó a correr tras ella.
Ya sabían que estaba allí, así que mejor que la encontrasen lejos de su hermano.
Tenía que ganar tiempo.
El muro comenzaba a estar bastante fracturado; Gromil habría
estado sudando si en forma astral se sudase. A través de las grietas podía
percibir las energías de Draenor filtrándose lentamente. Un poco más y podría
lograr que el equilibrio se restableciera.
Alzó el puño con fuerza para descargar otro golpe sobre el
impío muro de negra sustancia, cuando de repente sintió una fuerte embestida
desde su lateral, que le lanzó varios metros en la distancia.
-Vaya, vaya… - Un brujo, enfundado en un siniestro hábito,
se alzaba en la lejanía con la punta de su bastón aun humeando energía vil. –
Creí que habíamos acabado con todo vuestro maldito Clan.
Gromil se quejó mientras se levantaba y se llevó la mano al
costado, donde la quemadura de magia vil aún ardía. – ¿Tú mataste a los
Lightningblade? – Preguntó, preparándose para el combate.
-Nosotros lo hicimos. Aniquilamos a esos obtusos incapaces
de ver la gloria de la Horda de Hierro. Un precio pequeño a pagar a cambio de
todo este poder. – El brujo rió y lanzó una potente descarga de caos en
dirección al joven chamán, que salió despedido hacia atrás, a pesar de haberse
cubierto con las garras y alzado un escudo de relámpagos.
Gromil no dijo ni una palabra más; se levantó rápidamente y
se lanzó a la carga contra el brujo. Un fiero golpe con las garras impactó en
el pecho del malvado, rasgándole con un sonido similar al del trueno. Un rápido
golpe del bastón a la mandíbula del joven orco dejó claro que el brujo no
dependía únicamente de la magia, pero tampoco Gromil lo hacía de su poder
físico.
Entrechocó las garras mientras convocaba el poder del rayo y
creó una potente explosión que lanzó al brujo contra la sección agrietada del
muro. Se abalanzó sobre él con velocidad, y agarrándolo por el cráneo con su
enorme mano, estrelló su cabeza una y otra vez contra el muro resquebrajado,
por el que cada vez se filtraba más del mundo exterior, aunque aún sin ser
suficiente. Soltó al brujo con el cráneo destrozado, y aunque agotado, alzó el
puño para terminar lo que había empezado. Golpeó con todas sus fuerzas en el
mismo momento en el que una salva de bolas de fuego impactó en su espalda y lo
derribó.
Dolorido, se giró a duras penas para contemplar a sus
agresores: una enorme manada de diablillos que se carcajeaba de su penuria.
Miró a la grieta, pequeña pero brillante, y se apoyó en el muro para levantarse.
Pensó en su padre y cómo nunca se rendía, en busca de fuerzas para luchar; tal
vez su hora había llegado, pero iba a afrontarla con honor y eliminando a
cuantos demonios pudiese. Rugió con fuerza y se lanzó para enfrentar a los
enemigos.
Shan´Nah presentaba numerosos cortes, y casi una decena de
orcos yacían a sus pies. Los enemigos eran muchos, casi infinitos a sus ojos,
pero eran torpes y ella necesitaba ganar tiempo para su hermano y las Furias.
El encantamiento de las armas, fuera cual fuese, daba buen resultado: las armas
se sentían más ligeras, como si fuesen una prolongación de ella misma; cortaban
las armaduras como si fuesen mero papel y los enemigos cada vez temían más
acercarse a ella.
Un perímetro de orcos la rodeaba, aunque ninguno se atrevía
a enfrentar a aquella coloso bañada en sangre propia y ajena. Parecía que iba a
tener un respiro, pero fue entonces cuando lo vio, abriéndose paso a empujones
entre la multitud, alzándose a más del doble de altura de la propia Shan´Nah:
un gigantesco guardia vil.
El demonio llegó frente a ella y sin mediar palabra lanzó un
poderoso hachazo que Shan´Nah esquivó con la maestría que sólo una vida de
combates puede dar. Ella había nacido para luchar por su Clan, y eso se notaba.
Lanzó una estocada en dirección al monstruo, que la repelió de una patada con
su pesada bota metálica, que por la potencia del golpe bien podría haber sido
un mazazo. La orca, de espíritu indomable, se levantó y lo intentó de nuevo, sólo
para ver su ataque rechazado una vez más, y esta vez recibir un golpetazo del
mango del hacha. Un tajo en plena espalda, mortal de no haber sido por la
excelente armadura, terminó de derribarla.
El Guardia Vil la alzó del cuello, malherida, y la exhibió
frente a los otros orcos como muestra inequívoca del poderío de la Legión
Ardiente.
Gromil luchaba con fiereza; los rayos surcaban el reino
espiritual electrocutando a los diablillos a velocidades pasmosas. Muchos caían
a cada segundo que pasaba, pero por cada uno, tres más ocupaban su lugar. El
joven orco estaba agotado por el esfuerzo y los numerosos impactos recibidos,
no podía más. Se desplomó e hincó la rodilla en el suelo, esperando el golpe que
acabaría con él.
Esperaba encontrarse la visión de un diablillo carcajeante
al alzar la cabeza; sin embargo, en su lugar lo que vi fue un enorme lobo
espiritual que comenzó a despedazar a los diablillos restantes.
Esperanzado por
este nuevo e inesperado aliado, Gromil se levantó como pudo. Miró hacia la
grieta, que se había hecho algo mayor durante el combate. Tal vez si el lobo
había podido cruzar la abertura, a través de ella él podría reunir poder
suficiente para un último y devastador ataque.
Gromil dejó que el lobo mantuviese la batalla a raya, cerró
los ojos y respiró con calma. Se concentró en el mundo que le rodeaba más allá
de la barrera y entró en comunión con el agua, la tierra, el aire y las llamas;
trató de percibir cada mota de polvo llevada por el viento, las chispas que
surgían de la tormenta, cada gota de agua. En ese momento Draenor era él y él
era Draenor. Ya no sentía dolor ni agotamiento, sólo la furia de una tierra
mancillada.
Abrió los ojos, brillando con energía, y descargó su furia
en forma de rayo sobre la ya dañada muralla, que estalló en pedazos,
permitiendo que las energías de Draenor penetrasen como un torrente, barriendo
a los diablillos y la corrupción.
Shan´Nah esperaba el momento en el que la bestia terminaría con
ella. Había fallado a su hermano, a las Furias y a Draenor al completo. Sintió
una lágrima caer por su mejilla, y entonces escuchó el trueno que anunciaba la
tormenta; aquello no había sido una lágrima: comenzaba a llover. Sacó fuerzas de
su interior, que creía agotadas por completo, y en un rápido movimiento
desenfundó un pequeño cuchillo de su cinturón y lo clavó en el ojo del guardia
vil.
El gigante rugió de dolor, herido también en su orgullo al
haber sido dañado por aquella orca insignificante. La lanzó contra el suelo y
atacó enarbolando su pesada hacha. Eso era exactamente lo que Shan´Nah
pretendía: rodó por el suelo nada más tocar tierra y logró esquivarle con
facilidad, desplazándose hacia el lugar donde habían caído sus espadas. Recogió
las armas, que ahora brillaban en un azul intenso y despedían pequeños rayos y
saltó por el aire en dirección al flanco del monstruo con ambos espadones en
alto, dispuesta a asestar un golpe definitivo.
Impactó con todas sus fuerzas.
-¡Golpea como el rayo! – Gritó, mientras las espadas
rebosantes de electricidad, produciendo un sonido semejante al trueno, se
hundían en la carne del demonio y lo convertían en un cadáver humeante.
La guerrera, completamente cubierta de sangre y barro, miró
a los aterrorizados orcos mientras la tempestad arrasaba todo a su alrededor.
– Soy Shan´Nah, del Clan Lightningblade, y os desafío a que
me ataquéis, perros adoradores de demonios, ¡pues las Furias me han enviado
aquí a traeros muerte! – Los allí presentes corrieron por sus vidas, temerosos
de la ira que habían desatado.
Gromil despertó con Pan´Chok a su lado y vio el cadáver de
un guardia un poco más allá.
-¿Qué ha pasado? – Preguntó, desconcertado.
-Ése vino mientras dormías. – Pan´Chok sonreía, visiblemente
emocionado. – Tu hermana montó un jaleo tremendo en medio del pueblo, y cuando
lo escuché me vine para aquí. Supuse que me necesitaríais. Luego te vi así y
decidí que era mejor quedarme contigo.
Gromil se incorporó, algo mareado, y puso la mano en el
hombro de Pan´Chok. – Gracias, amigo.- Trató de esbozar una sonrisa.- Busquemos
a Shani y salgamos de aquí.
-Claro, tronco, la habéis liado buena. – Ayudó a caminar a
Gromil, que exhausto, apenas podía moverse.- Primero el jaleo, que duró un
rato, y de repente ¡zas! y ¡bum! Empiezan a caer rayos que prenden las chozas y
todo arde, y el viento huracanado derribando torres de vigilancia, ¡y hasta
hubo temblores! - Pan´Chok se carcajeaba al hablar de toda la destrucción.
Los dos amigos salieron por la puerta del almacén, que parecía
ser el único edificio intacto, a las ruinas humeantes de lo que otrora había
sido el campamento. Los cadáveres de los orcos que allí se habían reunido
sembraban las calles. Si alguno de ellos había escapado de allí, era seguro que
no volvería a querer meterse con las Furias.
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