martes, 30 de mayo de 2017

El Sendero de la Furia VIII. En la tormenta



Se alzaron sobre el peñasco y miraron en dirección al valle donde se encontraba el campamento de la Horda de Hierro, o al menos de la parte lo suficientemente estúpida para no darse cuenta de que habían perdido la guerra.

-Son muchos. – Observó el joven chamán, que aún tenía dificultades para digerir la titánica tarea que les habían encomendado: Salvar el mundo.

-Sí. – Shan´Nah asintió.– Será una lucha memorable. – La guerrera estaba mucho más tensa de lo que dejaban entrever sus palabras, pero ella siempre había cuidado de su hermano y debía ser fuerte, o aparentarlo para que él también lo fuese.

-¿Te has preguntado qué pasará si fallamos? – Gromil paseaba los ojos por todo el campamento, nervioso, en busca de algo.

-No fallaremos. – Posó la mano sobre el hombro de su hermano.- Las Furias nos eligieron, llevamos el rayo en nuestros corazones. ¿Qué dice siempre papá?

-¿Golpea como el rayo? – Gromil se extrañó.

-No, lo otro, lo de que mientras tengas a un soldado fiable cubriéndote las espaldas, no hay batalla imposible. – Ladeó levemente la cabeza, pensativa.- Aunque supongo que lo de golpear como el rayo también se puede aplicar aquí.

Shan´Nah interrumpió su comentario al ver unos destellos en el perímetro exterior del campamento. Era su amigo Pan´Chok, indicándoles que había encontrado un lugar por donde colarse al campamento, y por ende, traspasar la barrera mística que impedía actuar a las Furias.

Descendieron hacia el lugar donde se hallaba el Riecráneos con mucho cuidado, y con todo el sigilo que permitía la pesada armadura de Shan´Nah. Pan´Chok, que había escondido su máscara-cráneo y se había agenciado algo de armadura menos llamativa, les esperaba junto a la empalizada de madera.
-Hay un agujero oculto unos metros más adelante, podéis colaros por ahí. Yo me quedaré atrás y me ocupare de mantener segura la salida. Más adelante, hacia la derecha, hay un edificio grande, un almacén. Podréis esconderos ahí para que Gromil haga su rollo espiritual.

Los mellizos asintieron ante lo que parecía un buen plan, y tras golpearse dos veces el pecho a la altura del corazón, partieron hacia su destino.

-Cuando echéis abajo eso, esto va a ser la mayor hoguera de Draenor. – Pan´Chok reía mientras se alejaban en dirección al socavón.

Reptaron por el agujero, que probablemente había hecho alguien para desertar ante las noticias de su derrota, y avanzaron cubiertos por la noche y las sombras que las escasas y tenues antorchas producían.

A pesar de la oscuridad podía verse que el mantenimiento del campamento dejaba mucho que desear, muy probablemente debido a la escasez de número del enemigo. Eso en principio era bueno; parecía que la suerte les sonreía.

Pasaron a toda velocidad frente a una pila de cadáveres de soldados de la Horda de Hierro. Aquellos pobres diablos probablemente eran los que habían decidido que incluso la atrocidad tenía un límite que no estaban dispuestos a tolerar. Buenos orcos, con ideas erróneas y líderes dementes. Shan´Nah gruñó con disgusto, mientras que Gromil, preocupado, apenas les prestó atención.

Llegaron por fin al almacén y buscaron un lugar apartado en donde Gromil pudiera descansar y dejar libre a su espíritu. El chamán se concentró, mientras su hermana se quedaba pendiente de la puerta. Notó como las barreras del reino espiritual y el mundo se debilitaban, dejó atrás la carne y se halló en un lugar muy distinto a aquel en el que había estado.

El paraje espiritual en aquella zona era un páramo corrupto: la energía vil fluía con fuerza, y una gargantuesca muralla, cuya cima no alcanzaba a ver, se alzaba rodeando al campamento. Atados a la muralla se hallaban los espíritus elementales que deberían haber corrido libres por aquella zona, casi agotados por completo, mientras el muro drenaba sus energías para mantener fuera a las Furias.
Gromil se enfureció y deseó tener un arma con la que luchar y liberarlos. Para su sorpresa, unas garras con forma de relámpago aparecieron en sus puños, a juego con una armadura que ahora le recubría el cuerpo. Se observó y vio que estaba más delgado y fuerte de lo que jamás había estado; era la viva imagen de su padre. 

Sonrió al comprender las normas que regían este mundo: aquí, la fuerza del espíritu y la voluntad daban forma al mundo, y si algo había adquirido tras una vida de guerras y dificultades, era eso exactamente.

Se concentró y lanzó una poderosa descarga de rayos contra la muralla. Las cadenas que ataban a los elementales se rompieron y les permitieron huir por el páramo. El muro se había agrietado un poquito, sin los elementales era más débil. Cargó sus puños con la fuerza del rayo y descargó un golpe tras otro contra el muro. Si lograba abrir tan sólo una brecha, restauraría el flujo de energías y las Furias podrían actuar.

Unos ruidos cercanos a la puerta captaron la atención de Shan´Nah, que se escondió tras unos cajones cercanos a la puerta; saltaría sobre el que quiera que viniese y lo mataría sin piedad.

-¡Vamos, pequeña golfilla, voy a enseñarte lo que es un orco de verdad! – Dijo una voz ronca y evidentemente ebria al otro lado de la puerta. La orco maldijo, quien quiera que fuese traía a una mujer consigo, y a juzgar por sus palabras, sus intenciones no eran nada buenas.

Tal vez fuese una esclava capturada de entre los orcos que se les resistieron, o incluso por repugnante que resultase, una draenei. Esperó hasta que el macho había dado unos pasos hacia el interior y se abalanzó sobre él, enarbolando sus espadas. Un tajo limpio separó la cabeza del bribón antes de que siquiera pudiera darse cuenta de que estaba pasando.

-Tranquila, este malnacido ya no…- Un chillido desde el umbral interrumpió las palabras de Shan´Nah, seguido por una llamada a los guardias a pleno pulmón. Se quedó paralizada unos segundos por la sorpresa: no esperaba que la chica fuese a reaccionar así, debería habérselo agradecido. Esos escasos segundos fueron más que suficientes para que la chica echase a correr hacia el poblado.

Maldijo sus buenas intenciones y comenzó a correr tras ella. Ya sabían que estaba allí, así que mejor que la encontrasen lejos de su hermano. Tenía que ganar tiempo.

El muro comenzaba a estar bastante fracturado; Gromil habría estado sudando si en forma astral se sudase. A través de las grietas podía percibir las energías de Draenor filtrándose lentamente. Un poco más y podría lograr que el equilibrio se restableciera.

Alzó el puño con fuerza para descargar otro golpe sobre el impío muro de negra sustancia, cuando de repente sintió una fuerte embestida desde su lateral, que le lanzó varios metros en la distancia.
-Vaya, vaya… - Un brujo, enfundado en un siniestro hábito, se alzaba en la lejanía con la punta de su bastón aun humeando energía vil. – Creí que habíamos acabado con todo vuestro maldito Clan.
Gromil se quejó mientras se levantaba y se llevó la mano al costado, donde la quemadura de magia vil aún ardía. – ¿Tú mataste a los Lightningblade? – Preguntó, preparándose para el combate.
-Nosotros lo hicimos. Aniquilamos a esos obtusos incapaces de ver la gloria de la Horda de Hierro. Un precio pequeño a pagar a cambio de todo este poder. – El brujo rió y lanzó una potente descarga de caos en dirección al joven chamán, que salió despedido hacia atrás, a pesar de haberse cubierto con las garras y alzado un escudo de relámpagos.

Gromil no dijo ni una palabra más; se levantó rápidamente y se lanzó a la carga contra el brujo. Un fiero golpe con las garras impactó en el pecho del malvado, rasgándole con un sonido similar al del trueno. Un rápido golpe del bastón a la mandíbula del joven orco dejó claro que el brujo no dependía únicamente de la magia, pero tampoco Gromil lo hacía de su poder físico.

Entrechocó las garras mientras convocaba el poder del rayo y creó una potente explosión que lanzó al brujo contra la sección agrietada del muro. Se abalanzó sobre él con velocidad, y agarrándolo por el cráneo con su enorme mano, estrelló su cabeza una y otra vez contra el muro resquebrajado, por el que cada vez se filtraba más del mundo exterior, aunque aún sin ser suficiente. Soltó al brujo con el cráneo destrozado, y aunque agotado, alzó el puño para terminar lo que había empezado. Golpeó con todas sus fuerzas en el mismo momento en el que una salva de bolas de fuego impactó en su espalda y lo derribó.

Dolorido, se giró a duras penas para contemplar a sus agresores: una enorme manada de diablillos que se carcajeaba de su penuria. Miró a la grieta, pequeña pero brillante, y se apoyó en el muro para levantarse. Pensó en su padre y cómo nunca se rendía, en busca de fuerzas para luchar; tal vez su hora había llegado, pero iba a afrontarla con honor y eliminando a cuantos demonios pudiese. Rugió con fuerza y se lanzó para enfrentar a los enemigos.

Shan´Nah presentaba numerosos cortes, y casi una decena de orcos yacían a sus pies. Los enemigos eran muchos, casi infinitos a sus ojos, pero eran torpes y ella necesitaba ganar tiempo para su hermano y las Furias. El encantamiento de las armas, fuera cual fuese, daba buen resultado: las armas se sentían más ligeras, como si fuesen una prolongación de ella misma; cortaban las armaduras como si fuesen mero papel y los enemigos cada vez temían más acercarse a ella.

Un perímetro de orcos la rodeaba, aunque ninguno se atrevía a enfrentar a aquella coloso bañada en sangre propia y ajena. Parecía que iba a tener un respiro, pero fue entonces cuando lo vio, abriéndose paso a empujones entre la multitud, alzándose a más del doble de altura de la propia Shan´Nah: un gigantesco guardia vil.

El demonio llegó frente a ella y sin mediar palabra lanzó un poderoso hachazo que Shan´Nah esquivó con la maestría que sólo una vida de combates puede dar. Ella había nacido para luchar por su Clan, y eso se notaba. Lanzó una estocada en dirección al monstruo, que la repelió de una patada con su pesada bota metálica, que por la potencia del golpe bien podría haber sido un mazazo. La orca, de espíritu indomable, se levantó y lo intentó de nuevo, sólo para ver su ataque rechazado una vez más, y esta vez recibir un golpetazo del mango del hacha. Un tajo en plena espalda, mortal de no haber sido por la excelente armadura, terminó de derribarla.

El Guardia Vil la alzó del cuello, malherida, y la exhibió frente a los otros orcos como muestra inequívoca del poderío de la Legión Ardiente.

Gromil luchaba con fiereza; los rayos surcaban el reino espiritual electrocutando a los diablillos a velocidades pasmosas. Muchos caían a cada segundo que pasaba, pero por cada uno, tres más ocupaban su lugar. El joven orco estaba agotado por el esfuerzo y los numerosos impactos recibidos, no podía más. Se desplomó e hincó la rodilla en el suelo, esperando el golpe que acabaría con él.
Esperaba encontrarse la visión de un diablillo carcajeante al alzar la cabeza; sin embargo, en su lugar lo que vi fue un enorme lobo espiritual que comenzó a despedazar a los diablillos restantes. 

Esperanzado por este nuevo e inesperado aliado, Gromil se levantó como pudo. Miró hacia la grieta, que se había hecho algo mayor durante el combate. Tal vez si el lobo había podido cruzar la abertura, a través de ella él podría reunir poder suficiente para un último y devastador ataque.

Gromil dejó que el lobo mantuviese la batalla a raya, cerró los ojos y respiró con calma. Se concentró en el mundo que le rodeaba más allá de la barrera y entró en comunión con el agua, la tierra, el aire y las llamas; trató de percibir cada mota de polvo llevada por el viento, las chispas que surgían de la tormenta, cada gota de agua. En ese momento Draenor era él y él era Draenor. Ya no sentía dolor ni agotamiento, sólo la furia de una tierra mancillada.

Abrió los ojos, brillando con energía, y descargó su furia en forma de rayo sobre la ya dañada muralla, que estalló en pedazos, permitiendo que las energías de Draenor penetrasen como un torrente, barriendo a los diablillos y la corrupción.

Shan´Nah esperaba el momento en el que la bestia terminaría con ella. Había fallado a su hermano, a las Furias y a Draenor al completo. Sintió una lágrima caer por su mejilla, y entonces escuchó el trueno que anunciaba la tormenta; aquello no había sido una lágrima: comenzaba a llover. Sacó fuerzas de su interior, que creía agotadas por completo, y en un rápido movimiento desenfundó un pequeño cuchillo de su cinturón y lo clavó en el ojo del guardia vil.

El gigante rugió de dolor, herido también en su orgullo al haber sido dañado por aquella orca insignificante. La lanzó contra el suelo y atacó enarbolando su pesada hacha. Eso era exactamente lo que Shan´Nah pretendía: rodó por el suelo nada más tocar tierra y logró esquivarle con facilidad, desplazándose hacia el lugar donde habían caído sus espadas. Recogió las armas, que ahora brillaban en un azul intenso y despedían pequeños rayos y saltó por el aire en dirección al flanco del monstruo con ambos espadones en alto, dispuesta a asestar un golpe definitivo. 

Impactó con todas sus fuerzas. 

-¡Golpea como el rayo! – Gritó, mientras las espadas rebosantes de electricidad, produciendo un sonido semejante al trueno, se hundían en la carne del demonio y lo convertían en un cadáver humeante.

La guerrera, completamente cubierta de sangre y barro, miró a los aterrorizados orcos mientras la tempestad arrasaba todo a su alrededor. 

– Soy Shan´Nah, del Clan Lightningblade, y os desafío a que me ataquéis, perros adoradores de demonios, ¡pues las Furias me han enviado aquí a traeros muerte! – Los allí presentes corrieron por sus vidas, temerosos de la ira que habían desatado.

Gromil despertó con Pan´Chok a su lado y vio el cadáver de un guardia un poco más allá.
-¿Qué ha pasado? – Preguntó, desconcertado.

-Ése vino mientras dormías. – Pan´Chok sonreía, visiblemente emocionado. – Tu hermana montó un jaleo tremendo en medio del pueblo, y cuando lo escuché me vine para aquí. Supuse que me necesitaríais. Luego te vi así y decidí que era mejor quedarme contigo.

Gromil se incorporó, algo mareado, y puso la mano en el hombro de Pan´Chok. – Gracias, amigo.- Trató de esbozar una sonrisa.- Busquemos a Shani y salgamos de aquí.

-Claro, tronco, la habéis liado buena. – Ayudó a caminar a Gromil, que exhausto, apenas podía moverse.- Primero el jaleo, que duró un rato, y de repente ¡zas! y ¡bum! Empiezan a caer rayos que prenden las chozas y todo arde, y el viento huracanado derribando torres de vigilancia, ¡y hasta hubo temblores! - Pan´Chok se carcajeaba al hablar de toda la destrucción.

Los dos amigos salieron por la puerta del almacén, que parecía ser el único edificio intacto, a las ruinas humeantes de lo que otrora había sido el campamento. Los cadáveres de los orcos que allí se habían reunido sembraban las calles. Si alguno de ellos había escapado de allí, era seguro que no volvería a querer meterse con las Furias.
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